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miércoles, 29 de abril de 2015

MATEO 11 COMO NIÑOS

MATEO 11, 25 – 30: En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»


Llevar este pasaje de su tiempo al nuestro supondría decir que ya no hay muchos como aquellos niños en nuestra sociedad occidental, europea, americana… pues ahora seríamos más como los sabios y entendidos gracias a nuestro nivel cultural. A los niños los hemos desplazados a las zonas rurales o a países en los que la cultura, o la prudencia, no ha sido posible alcanzar. El evangelio es de los pobres, pero también de los ricos, si yo uso el evangelio para hacer una especie de himno reivindicador hacia los necesitados, estoy perjudicando a quienes, siendo también creyentes, no viven bajo la amenaza de la pobreza. Hay muchas personas apacibles, humildes y generosas que son cultas, ricas, poderosas… y gracias a Dios que las hay porque si no fuera así los más necesitados serían completamente olvidados.

Sí es cierto, pero, que de la lectura de hoy existe una necesidad, o una llamada a ser como los niños. No a regresar a la infancia, y tampoco a desprenderse de las posesiones, sino que el término niños se refiere aquí a esa inocencia que todavía ni pide, ni exige, ni prejuzga. Volverse niño es para dejar a las personas ser quienes son, porque en esa edad, si miramos en un colegio, cada uno es lo que es: el que pega, el que recibe, el que juega, el que llora… y luego ya vendrá el crecimiento. En ese estadio infantil hay tiempo para pasarlo bien, para abrir la imaginación, hay amigos invisibles, y parece que algunos incluso pueden mirar más allá.

¿No habéis escuchado nunca aquello de: has perdido la espontaneidad, la gracia, la chispa, o la inocencia? Bien, eso es que nos hemos olvidado de ser niños, y la premisa fundamental para regresar a aquella etapa es descubrir, o redescubrir podríamos decir, dejando a las cosas y a las personas ser lo que son. Lo mejor de un niño (o de una niña) es dejar a Jesús ser Jesús, ¿y cómo es Jesús? Hoy te diría que es el Hijo, engendrado (no creado), unigénito y a través del cual todo fue hecho, imagen visible del Dios invisible… ¡vaya!

Parece que el sentido de las catequesis son para dar a conocer a Jesús, a Dios, nuestra fe y cómo se profesa, pero también deberían ser un espacio de acercamiento del adulto al infante, de intercambiar experiencia, de intuiciones. Sin duda, si buscamos un espacio en el que hacernos con este pasaje debe ser ahí, con los más pequeños, que nos contagian entusiasmo y ganas de descubrir, qué bonito es el mundo desde el prisma de una niña, cuánto color, qué castillos! O desde la vitalidad del niño, nunca se cansan… se agotan.


El reto del adulto es redescubrir al Cristo de la infancia y reubicarlo en nuestro mapa teologal. Quizás por el camino del desarrollo y el aprendizaje hemos dejado de ver a Jesús como Él es para proyectar en Él otro tipo de imágenes. Bien, volvamos a ese tiempo de imaginación, vivamos la experiencia de la gratuidad y regresemos a nuestro tiempo más vitales, incluso más inocentes.

lunes, 27 de abril de 2015

JUAN 10, 22 DINOS SI TU ERES EL CRISTO

JUAN 10, 22 – 30: Por esos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza. —Ya se lo he dicho a ustedes, y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan, pero ustedes no creen porque no son de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos;  y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno.


Los tiempos de la espera mesiánica ponían muy nerviosos a los dirigentes y a los maestros  de la Ley, que reconocerían al esperado libertador por las grandes señales que estaban descritas en la Torah. Algunos esperaban a Elías, tal como profetizaba Malaquías y otros se apoyaban en relatos parecidos del éxodo. Christian Duquoc, por ejemplo, ya en nuestro tiempo hace un apunte muy interesante en la lectura del evangelio de Mateo ajo esta ansiada espera mesiánica. Para el teólogo, el pasaje de las tentaciones en el desierto no es que ocurriera como nos relatan los evangelistas, sino que cada pregunta del diablo, apoyada en un texto del Antiguo Testamento, responde a una forma de deseo mesiánico. Por tanto, el desierto o el demonio vendrían a ser estos mismos dirigentes que estaban presos, condicionados, por la venida del Mesías.

¿Eres tú el Cristo? Si leemos con atención los evangelios, veremos que es una pregunta de siempre. Pero además de una pregunta es también motivo de expectación, o podríamos decir de ilusión. Pero esperar señales, o que Jesús se proclamara Mesías delante de ellos con el poder y la fuerza que los rabinos esperaban, alejaría a Jesús de su atención primordial a los pobres, enfermos, necesitados, publicanos o prostitutas (por decir algunos).

Jesús tenía el reconocimiento de los fariseos, que vivían con asombro esta nueva libertad en la que vivía Jesucristo. Ellos, seguros que la voluntad de Dios venía expresada en la Ley, reglamentaron cualquier dimensión de la vida para el judío piadoso, que cumpliendo con la Torah cumplía con Dios, y tenía su favor. El temor de ellos frente a la libertad de Jesús hacía muchas preguntas, incluso dudas sobre el fundamento de tanto rigor. Ellos esperaban a un Mesías al que seguir, y Jesús propone otro tipo de seguimiento, cumplir con la voluntad de Dios es vivir en esta libertad favoreciendo siempre a los más necesitados. Tanto tiempo usado en escudriñar las Escrituras que ahora tan siquiera sabían vivirlas.

El pórtico de Salomón será testigo no sólo de la acción del Padre en el Hijo, sino la del Espíritu Santo sobre los apóstoles, testigos de la misión cristiana.

Jesús hacía muchas cosas, unas le acercaban a esa figura mesiánica, otras en cambio parecía que lo distanciaban, y de ahí el clamor de los judíos más piadosos que le ruegan, por favor, les diga ya la verdad. Esta incertidumbre también nos hace dudar a nosotros muchas veces, y buscamos una comunidad perfecta, con un amor perfecto, una convivencia perfecta y un pastor total. Pero la vida en una continua imperfección si buscamos lo que es perfecto nunca lo encontraremos, porque más tarde o más temprano siempre hay un fallo, una deficiencia, una diferencia, o un conflicto.

La grandeza del ser humano está en esa imperfección, primero porque nos diferencia a los unos de los otros, y segundo porque nos hace más bellos. ¿Alguien piensa que Jesús fuera varón perfecto? No lo fue cuando se enojó en el Templo, tampoco cuando llamó zorra a Herodes, no lo sabemos en su juventud, mientras crecía (y quizás por eso no se explica nada). A Jesús estamos acostumbrados a verlo tan excelso, tan supremo… que nos olvidamos de su naturaleza humana. El apóstol Pablo dirá que en todo se hizo semejante a los hombres o a las mujeres, también en errores.


Aprender a desvirtuar tanto sabor a azúcar nos ayudará a vivir sonriendo cuando en nuestra convivencia nos hallemos con un bache, un desacierto, un desamor, un mal entendido… aunque también es un trabajo. La vida cristiana es un camino de perfección, como un trayecto hacia el perfecto. Mientras vivamos estaremos limitados, seremos frágiles y viviremos episodios felices y otros que serán tristes, pero también está el deseo de vivir bajo esta imperfección, porque así es la vida y la vida es un regalo. Disfruten entonces, y no quieran devolver el producto por estar defectuoso.

domingo, 26 de abril de 2015

JUAN 10, 11 EL BUEN PASTOR

JUAN 10, 11 – 18: »Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye porque, siendo asalariado, no le importan las ovejas. »Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre.»


Hace unos 8 años tuve una experiencia de encuentro con un pastor de ovejas, un hombre rudo del pirineo aragonés de aquellos que llevaba aún el zurrón y la bota de vino. Aquellas ovejas, que campaban a sus anchas comiendo pasto, sólo obedecían a golpes, ya fuera a gritos, a varazo o con los perros, a patada o a mordisco aquella animalada se iba haciendo rebaño. Algunos dirían, si Jesús es como este buen pastor, yo no quiero saber nada de él, porque si la analogía nos sirviera, diríamos que quién puede creer en un Dios que nos trata a patadas. Y aquel hombre, que hacía su oficio, estoy convencido que también daba la vida por sus ovejas. A veces, el amor de este pastor es un poco extraño, pero será que en el fondo y a pesar de los golpes, todo pastor vive la responsabilidad de su rebaño.

Bueno, me queda el consuelo de que nosotros sí respondemos a este buen pastor que nos llama por nuestro nombre, que nos conoce y que mantiene una relación especial con cada uno de los que formamos, más que el rebaño, la familia cristiana. Los rabinos, quizás también porque pastores y ovejas mantienen esta extraña relación sea el tiempo que sea, o por la suciedad de las ovejas, no consideraban digno trabajar como pastor, por ello… la figura del pastor aparece muy pocas veces, aún ser un oficio muy extendido, desde Abraham a Moisés, que también fue pastor del pueblo.

Las ovejas del Israel de Moisés eran tercas, duras de cerviz, siempre quejándose del Dios liberador, del viaje por el desierto, o del mando de Moisés. Nosotros, a veces también somos unas ovejas quejosas, complicadas, difíciles. Hoy en día, el rebaño de muchas comunidades anda disperso, y muchas ovejas se han perdido ¿y quién hay para dar su vida por todas estas descarriadas? Quizás vivimos en un tiempo en el que cada uno debe ser también pastor del otro, y dar su vida para regresar a quienes pueda, porque el deseo de compartir la vida llama a esa voluntad de recogimiento y de reencuentro en el rebaño. Y no es que el rebaño deba ser un lugar de sometimiento, ni de sumisión, sino un pasto en el que comer y beber sacie el cuerpo y el espíritu, en el que hallar amistad, paz, intimidad…

Hay muchos rebaños, también muchos pastores, pero sólo un Señor, que es el amo del pasto. Todos podemos entrar o salir, quedarnos o incluso decir no. Y el propietario de esta parcela sólo quiere compartir con el rebaño la felicidad que es celebrar la vida, porque este Señor ha vencido por nosotros. Seguramente habrá ovejas, pero también debe haber leones, tigres, pájaros, perros… la comunidad cristiana somos una buena fauna, pero de esa multiplicidad de miembros así las muchas formas de celebrar, de servir, de amar.


Y todos y todas damos la vida por los demás, por la familia y hasta por quienes no nos conocen, o no nos quieren conocer, porque este pasto es para todos, es para compartirlo, es para darlo. Que del ejemplo de este buen pastor, hagamos nosotros con los demás. 

sábado, 25 de abril de 2015

MARCOS 16 LA COMISION

MARCOS 16, 15 – 20: Les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud.» Después de hablar con ellos, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Los discípulos salieron y predicaron por todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban.


El culmen del itinerario de Jesucristo, encarnado y resucitado, lo tenemos en la ascensión. Jesús regresa a su origen, desde donde descendió para irrumpir en la historia de la humanidad acercando la salvación que Dios ha querido para los hombres y mujeres que lo aceptan. Jesús asciende al Padre y comisiona a los discípulos en quienes el Espíritu Santo soplará el día de Pentecostés. Como nos acercamos a esta fiesta de la resurrección, nuestro camino por el evangelio nos acerca el momento con este Jesús ascendido.

Esta comisión podría, también, llamarse voluntariado (aunque un voluntariado cristiano) porque en este pasaje se asume la capacidad de transmitir y actuar a favor del mundo sin pedir nada a cambio. Cuando esto no sucede hemos comprobado cómo se empobrece la sociedad, en cambio cuando habita esta dimensión más solidaria, más dedicada, allí repercute esta acción del amor, de quienes lo dan y a quienes les es dado. Esta comisión se empieza viviendo en la amistad, en la que tenían los unos con los otros como vivieron siendo el grupo de Jesús. Será desde el estilo de vida comunitaria y gratuita establecido a lo largo de los tres (creemos) años de convivencia con el Cristo que arranca esta forma de entender al mundo, y a quienes viven en él.

La comisión vive cuando ésta comunidad de amigos se empieza a extender, y conforme se va dando cabida a nuevos miembros, a nuevas formas de vida, a otras maneras de entenderlo todo, incluso con la evangelización a los paganos (desde la que empezarán a convivir con diferentes valores). Pero esta es la máxima del comisionado, que siendo testigos del amor de Jesucristo, aprendan a convivir con los demás, y fruto de esa convivencia el deseo de los otros de formar parte. Y esto implica para aquel grupo íntimo despertar los sentidos, abrirlos, pues hasta entonces vivieron impregnándose de Jesús. Nadie ha hecho nada para existir y sin esta base no hubiera sido posible avanzar. Jesús nos enseña algo importante, que si soy, soy gracias a los demás. Y sin los otros nada soy. Porque el amor, cuando se queda para mí, termina por desaparecer como esencia de amor y se convierte en narcisismo. Así como la relación entre Dios y Cristo se extiende hacia la creación, nuestro amor se extiende hacia los demás, aún cuando nos han hecho daño. Esta comisión discipular es para entregarse a los demás, no a ellos mismos.

¿Qué pasaría si no hubiera necesidad? Pues que terminaríamos siendo una sociedad muerta, y perderíamos ese ser frágil que nos constituye. Por eso esta comisión viene por la necesidad y la fragilidad del ser humano por quienes Jesús había dado su vida. Y como los cristianos hemos recibido tanto, y tantas veces, de Dios nuestra respuesta natural debe seguir siendo el amor, el darlo y el recibirlo. El veneno de las serpientes es la frivolidad, el desamor, la fatiga humana, por eso nos dice el evangelista que no nos pasará nada, si damos por generosidad, por pura gratuidad. La comisión no es por nosotros sino por quienes no nos conocen, y por los que nos tienen que conocer.


Podremos equivocarnos, podrán hacernos daño, podremos sentir tristeza… pero jamás podremos dejar de anunciar a este Jesucristo salvador, que es la paz para nosotros.

viernes, 24 de abril de 2015

JUAN 6, 55 EL PAN DE VIDA III

JUAN 6, 55 – 59: Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí, vivirá por mí. Éste es el pan que bajó del cielo. Los antepasados de ustedes comieron maná y murieron, pero el que come de este pan vivirá para siempre. Todo esto lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Cafarnaúm.


Jesús llamará bienaventurados a los que tienen hambre y sed, que finalmente serán los que también coman y beban de su cuerpo y de su sangre; y nos dice algo importante recordando las bienaventuranzas: que deseando justicia serán saciados, y que buscando misericordia aquí la hallarán. Participar de Jesús no es cometer antropofagia y beber su sangre no nos convierte en alguna clase de vampiros, el hecho de participar es el de adherirnos, hacemos nuestros sus intereses y también sus actitudes. De ese modo, del Misericordioso podemos encontrar misericordia, y del Justo podemos hallar justicia. Y por la resurrección sabemos que su reino no tendrá fin.

La labor de la iglesia sería la de ofrecer esta comida y bebida que sacia, que llena, aunque a veces nos encontramos con la otra iglesia que a pesar de dar también alimento de Dios, como aquel maná nos deja con hambre. Cuando la iglesia no quiere servir, cuando no quiere implicarse con la realidad, cuando no se preocupa por los creyentes o cuando sólo quieren justificar que son los principales de esta función de acercar a Dios y ya está, nos dejan con hambre, nos ofrecen una comida que perece, que no sacia, y una bebida que da sed, que deshidrata. Nuestras Iglesias son palacios, parece que allí viven los reyes. Incluso dentro de nuestras Iglesias hemos creado palacetes de oro, porque decimos que allí vive Jesús. Pero resulta que no hay nada, y creyendo tener a Jesús, no lo tienen porque no hay amor.

Pero las hay que parecen una Galilea, o una Betania, lugares especiales en los que Jesús encontró reposo y gente que le amaba, y que para nosotros a día de hoy también tienen ese mismo significado. Son lugares de acogida, de relaciones entrañables, de felicidad y en los que Dios se manifiesta de muchas y variadas formas. Y a pesar de ser también como templos, más bien parecen casas, lugares en los que hacer familia. Y allí la comida sacia y la bebida apaga la sed, y los creyentes vuelven a ser como aquellos primeros discípulos que se enamoran, que tienen pasión en el corazón.

Y lo más importante es que toda esta familia aprendió a buscar a Dios, y que de esa búsqueda surgió un olor a vida, que no se extingue, que perdura y que se comparte. Así, de ese cuerpo y esa sangre que comemos y bebemos podemos ofrecer a los demás. Y lo ofrecemos como en una mesa de vida en la que queremos reunirnos por el mero hecho que nos gusta encontrarnos. Qué mejor que compartir a Cristo con los amigos, con la familia… personas a las que amar y que nos aman, como un cuerpo que se parte y se entrega, que se ofrece y es aceptado. Así termina este discurso del pan de vida, determinando que la vida está en Jesús, porque en Él dios se ha manifestado.


Y sabremos que está Dios si encontramos que hay amor, y si no encontramos ese amor… pueden ser muchas cosas, pero seguro que no tienen a Dios.

jueves, 23 de abril de 2015

JUAN 6, 44 SANT JORDI

JUAN 6, 44 – 51: Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. En los profetas está escrito: “A todos los instruirá Dios.” En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.


Estamos en plena festividad de Sant Jordi. Habrá algunas que sonreirán, presumidas, cuando les hayan regalado la rosa; habrá otros, con rostro más sobrio, que darán un gracias por el libro que les han dado. Hombres o mujeres, mujeres u hombres, esta fiesta es para todos, incluso para reivindicar el derecho del pueblo catalán. Todo ello bajo, aún, una Barcelona tintada de la cuatribarrada, con paraditas, con rosas, con gente por todos lados, aquí en Catalunya es una fiesta referencial, por tanto es motivo de dragones, de caballeros, y de política.

Este año, además, el dragón simboliza muchas cosas. Puede ser el centralismo del Partido Popular que aprovecha su mayoría absoluta para emitir y aprobar leyes a discreción; puede ser el caso Bankia y sus miles de afectados; también pueden ser los muchos conflictos que suceden en el mundo, Irak, Siria, Venezuela, Mexico…; el dragón también es símbolo del fanatismo religioso, de las disputas del poder, de una Iglesia dura, que castra, que no permite participar… El dragón puede verse como un dibujo, un lagarto verde, o con alas, o que echa fuego, pero ese dragón en nuestro tiempo viene dibujado con catástrofes de todo tipo, ese dragón hoy deja a la gente en la calle, o las deja sin prestación, o las deja sin acceso a la salud, o a los medicamentos… Ese dragón hoy, y lo que es peor, vive de nosotros.

La gran carga del ser humano es alimentar a ese dragón, darle espacio, lugar, poder, autonomía y capacidad para reventar, deshauciar, reclamar, promulgar… Hemos hecho un dragón de colosales dimensiones, que cada día está más crecido, y que si no vigilamos se va a volver invencible.

Muchos han tratado de derrotar al dragón, sin éxito!



En la calurosa tarde del mes de abril de 2015 SE BUSCA caballero, Sant Jordi, que quiera poner fin a esta etapa de corrupción, de eres ilegales, de despidos, de escaños que son vendidos, de justicia parcializada. SE BUSCA! Hábil, generoso, que ayude a los necesitados, que dé comida a los hambrientos… y que destrone al malvado! Dragón! Y nos salve, de esta vida quemada y con color a ceniza, y olor a chamusquina. SE BUSCA!

miércoles, 22 de abril de 2015

JUAN 6, 35 EL PAN DE VIDA II

JUAN 6, 35 – 40: —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto, no creen. Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.


Metafóricamente, esta presentación de Jesús como el pan de vida viene a nosotros por uno de los sentidos desde los que conocemos las cosas, y no sólo como un sentido sino, además, como un alimento que satisface y una bebida que quita la sed. Para el evangelista, Jesús se encarga de satisfacer integralmente al ser humano, tanto con el pan y la bebida más física como con el alimento y bebida espiritual. En nuestras eucaristías existe también ese venir a Él cada vez que tomamos ese pan y ese vino, símbolos de la nueva alianza.

La presentación del mensaje, en tiempos de Jesús, parece que sobresalta, y que pocos son los que creen en este pan de vida. A pesar de los milagros, de las curaciones, de las palabras, el evangelista Juan nos mostrará durante estos capítulos seis, siete y ocho, un momento de mucha ruptura entre los que seguían a Jesús. Pero este Jesús nos enseña que quien quiera a este Padre debe, necesariamente, creer, acercarse y comer y beber, y ciertamente a este Dios, que es trascendente y no podemos ver, sólo nos acercamos cuando nos encontramos con Jesús, y de ese encuentro con el Cristo, dice Juan, logramos adherirnos a su persona y adoptamos sus intereses. Será como una relación de amistad, íntima, desde la que viviendo como Cristo vive, vivimos como Dios quiere.

Y Dios quiere que el ser humano viva en plenitud, sea feliz, capaz de amar y de ser amado, y que sea como cada cual es (original). Dios sólo nos pide que nos acojamos al mandamiento del amor, de otro modo viviríamos sometidos a tantas normas que nos perderíamos lo esencial de la vida que nos ha regalado el Señor. Y si nos ha regalado la vida lo ha hecho para que la gastemos amando, acertando y equivocándonos porque eso es lo natural a nosotros. Unas veces estamos bien con todos, otras tenemos una discusión, pero es la vida. Los judíos buscaban (y buscan)a Dios en la torah, los griegos en la perfección… Pero que decepción sería ¿verdad? Si aquel que dice que nos ama nos pidiera la perfección, o el cumplimiento de los 613 preceptos de la Torah.

Vivir como Cristo vivió es el reflejo de muchas situaciones de la vida, desde el cariño de su grupo, la traición de Judas, la negación de Pedro, el trabajo de pescadores, las enfermedades, la bolsa en la que guardaban el dinero, la administración de bienes y la convivencia entre hombres y mujeres. Y Cristo dicen también que tenía su genio, así que vivir como aquel primer y primitivo grupo, como hoy en día, es vivir desde la imperfección, que es lo más bello de la existencia. Si Dios nos hubiera querido perfectos, nada de lo que conocemos sería, pero Dios nos ha creado imperfectos, débiles, con finitud, y con capacidad de amar, de aprender, de trabajar, de crear…


El alimento y la bebida de Jesús no busca a gentes perfectas, sino que te quiere a ti, me quiere a mi con todos nuestros defectos. Wow! Qué amor más precioso! Y qué lección dejar al ser humano ser él mismo, así como Dios es Dios. 

martes, 21 de abril de 2015

JUAN 6 EL PAN DE VIDA

JUAN 6, 30 – 35: —¿Y qué señal harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer? —insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer.” —Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan. —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed.


Estamos en pleno discurso del pan de vida. El evangelista recuerda a la comunidad judía que el verdadero pan que alimenta al pueblo no fue el maná que Dios hacía salir cada mañana durante el éxodo, sino que Jesucristo es la plenitud de Dios.

Los que se reunían dijeron a Jesús, “danos siempre ese pan”. Verdaderamente estamos necesitados de ese alimento que, además de satisfacer, llene de sentido nuestra vida. Buscamos aquí, buscamos allí, pero la realidad nos dice que hay mucha gente que no ha conseguido, todavía, alcanzar la satisfacción en la vida. Quizás nosotros sí, pero cierto es que también tenemos días de esos en que el sentido de la vida se pierde unos instantes. ¿la plenitud? Ciertamente es costosa, pero como dice la Palabra de hoy, no podemos ponerla confiando en lo que perece, lo que termina, o lo que circunstancialmente fue válido. Esa plenitud, en el pasaje de la samaritana, nos permite ver que alimenta el cuerpo y también el alma, y se coloca de tal modo que ya no hace falta buscar en ningún otro pozo.

El pan que compramos, o el pan que ofrecemos, aún gustoso… termina, y luego volvemos a tener hambre, compramos otro pan, lo comemos o lo partimos, volvemos a tener hambre. Este es el círculo de la vida física, que necesita irse alimentando para no desfallecer, para no morir. Pero nuestra alma no necesita que continuamente la estemos llenando de cosas, de ideas, de planes, de sueños… Juan nos explica que ese pan capaz de traernos paz proviene de la ingesta del pan de Cristo. Y aunque vuelva a tener hambre, aunque vuelvan las dudas, aunque la vida pueda ser un capítulo de victoria o de fracaso, si mi comida sigue siendo el pan de Cristo podré vivirlo todo con una capacidad de felicidad, de sosiego y de lucidez como no ofrece ninguna otra terapia espiritual.

Toda la vida buscando en el yoga, en la meditación, en trabajar los chakras, en el reiki, o la esperanza puesta en el poder de las piedras, del feng sui, o en la reencarnación. Es toda una esperanza, un deseo de vivir, sujeta a perderse, porque presentan un ideal que finalmente acaban por desengañarnos, no lo alcanzamos, no es suficiente… Y nuestro espíritu no necesita la presión del “tener que llegar a “, lo que necesita es vivir en plenitud.


Este es el pan de vida, no como el que nos ofrecían los profetas (aun por más grandes que sean), sino el que proviene del mismo ser de Dios. Es la única esencia universal, que nunca termina, la que se nos ofrece sin precio, gratuitamente, y en libertad (también podemos aceptarla o no). La invitación no es para comer un pan vacío, o una de esas baguette que no sirven para nada a la hora, la invitación nos viene para vivir en esta vida lo que es el Reino de los cielos, y para poder tender a esa trascendencia que se concreta en la vida misma, sin engaño, sin cobertura. Vive con la satisfacción del pan de vida y vivirás lo que es el amor que viene del Padre y que se encarna en este mundo en el que vivimos.

domingo, 19 de abril de 2015

LUCAS 24 ¿POR QUE LES VIENEN LAS DUDAS?

LUCAS 24, 35 – 48: Los dos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan.  Todavía estaban ellos hablando acerca de esto, cuando Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo: —Paz a ustedes. Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu. —¿Por qué se asustan tanto? —les preguntó—. ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y del asombro, les preguntó: —¿Tienen aquí algo de comer? Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos. Luego les dijo: —Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.


Lucas nos presenta, casi siempre, un evangelio en el que la fe se explica en movimiento. Su evangelio es como una gran catequesis de iniciación explicada, como sucede con los dos de Emaús, en clave de itinerario, de peregrinación. Para los no judíos el sentido fue muy claro, irse alejando de sus tradiciones y modo de vivir para acercándose a Cristo, fueran adquiriendo sus intereses y valores. Para nosotros también queda todo el simbolismo que utiliza el evangelista para acercarnos a la mesa, o para el encuentro con Jesús, o para el sentido bautismal… Las lecturas de este domingo son todas para hacer incapié que todo aquello que prometían las Escrituras y los profetas se cumple en Jesucristo.

El tiempo en que vivió este primer grupo de cristianos no se parece en nada al nuestro. Sólo reseñar que entonces no había demasiado acceso a la lectura sino que la mayoría de la población utilizaba su memoria y el recitar, como modo de transmisión. Hoy en día tenemos bibliotecas, cultura digital, acceso a una educación… Pero con la cultura a nuestro alcance es verdad que, paulatinamente, ha decrecido el interés por trabajar aquella capacidad de memorización. Sólo hace falta remontarse a ver desde 40 años atrás la situación respecto de la actualidad.

Aunque esta verdad ocupe muchas dimensiones de la vida, respecto de la vida cristiana sí tendría que ser una llamada de atención el que no memoricemos algunos pasajes de la Biblia, porque esto significa que no la leemos. Quizás la escuchemos algún domingo, o por alguna fecha especial, quizás en la catequesis, o quizás… (todos sabemos). Claro, estoy de acuerdo en que a Dios se le puede encontrar en muchas situaciones de la vida, o que podemos entrever su presencia en la oración. También en que se puede pasar una vida sin leer las Escrituras y ser feliz, y salvo. Pero si no leemos la Biblia ocurre dos cosas: 1) que terminaremos con ellas y 2) que obviamos conocer todo aquello que conforma nuestra fe.

En aquella remota época las escuelas enseñaban la Torah, y se conocía perfectamente el antiguo Testamento. La vida de los patriarcas, de Moisés, el libro del éxodo… en ésta reciente no tenemos ese hábito (no en la vida laical). Y cuando esto sucede podemos ver que no hay transmisión, que si nosotros no tenemos ese hábito de preocuparnos por lo fundamental, tampoco lo tendrán nuestros hijos.

Hoy en día andamos preocupados por el decaimiento de las vocaciones, de la asistencia a las parroquias, de la falta de respuesta de los cristianos ante la realidad, sus problemas y sus deseos… Es como la pregunta que les hace Jesús a los suyos: ¿Por qué les vienen dudas? Si nuestro fundamento no es sólido, toda la estructura se tambalea, peligra. Y este fundamento nuestro está en las Escrituras, junto al mandato del amor, junto a la vida con Cristo. El mismo Lucas escribe el evangelio para testimonio de todas las cosas, como luego nos explica en los Hechos de los apóstoles. Allí tenemos nosotros el testimonio sobre Jesús, su filiación divina, su pasión, su ascensión, su amor… Si no conocemos la historia, basamos todo el conjunto de nuestra fe en algo fabuloso, dudoso, vacío y que finalmente se ahoga ante las exigencias de la sociedad, del mundo, del ocio… incluso en último término de la esperanza.

Les animo a leer, a conocer, a descubrir y a enamorarse del testimonio de Jesús.


Que tengan una feliz semana!

viernes, 17 de abril de 2015

JUAN 6, 16 JESUS Y LAS AGUAS

JUAN 6, 16 – 21: Cuando ya anochecía, sus discípulos bajaron al lago y subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago en dirección a Cafarnaúm. Para entonces ya había oscurecido, y Jesús todavía no se les había unido. Por causa del fuerte viento que soplaba, el lago estaba picado. Habrían remado unos cinco o seis kilómetros cuando vieron que Jesús se acercaba a la barca, caminando sobre el agua, y se asustaron. Pero él les dijo: «No tengan miedo, que soy yo.» Así que se dispusieron a recibirlo a bordo, y en seguida la barca llegó a la orilla adonde se dirigían. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en el otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían embarcado solos. Allí había estado una sola barca, y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos. Sin embargo, algunas barcas de Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después de haber dado gracias el Señor. En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a Cafarnaúm a buscar a Jesús.


La vida, como este lago, está llena de situaciones que nos sacuden de un lugar a otro, algunas nos sobresaltan, otras nos incomodan, las hay que nos resultan violentas… y todas estas situaciones terminan por remover y agitar nuestra vida. En sí, digamos que no es malo que nuestra vida se remueva, porque no todo puede ser de color de rosas. Además, este Dios que se revela no sólo  se hace presente en lo bonito sino que también se revela en el dolor, por ejemplo. La cruz es la gran agitación para cualquiera, pero a través de ella es posible la salvación. Estar enfermo, o tener dificultades en la vida, o vivir en una tierra de conflictos… no es sinónimo de perder el favor de Dios. D. Bonhoeffer (que estuvo encarcelado en la Alemania nazi) explica en una de sus cartas cómo Dios se manifiesta también en la ausencia.

Jesús, que viene caminando, nos enseña a caminar por encima de las aguas. Esto es, a caminar por encima de los problemas, de aquellas cosas que nos impiden vivir, y vivir no significa que no existan los problemas, porque a veces parece que tener a Cristo es sinónimo de una vida absolutamente cómoda y sin apuros. Judas, por ejemplo, traicionará a Jesús y terminará por ahorcarse, también están los mártires (que dieron la vida a causa de su fe), y hoy en día tenemos a todos estos cristianos que son perseguidos y asesinados, o también a los que se quedan sin hogar, o a los que viven en la pobreza...

Los apóstoles se asustan, y se asustan de Cristo, porque no somos capaces de ver a Jesús en estas situaciones tan terribles. A pesar de ser Jesús, a nosotros nos espanta ese momento, y Él les dice: tranquilos, SOY YO, no temáis, como Bonhoeffer nos enseña a llegar a este Dios revelado en la ausencia.

El texto dice que Jesús sube a la barca y llegaron a la orilla. Jesús, a pesar de todas estas situaciones, está con nosotros, y este trayecto hacia la orilla, es también el nuestro. Es el tránsito que cada persona tiene que hacer desde que nace hasta que muere. Jesucristo es el principio y el fin, el ser humano nace a la vida y tiende nuevamente hacia ella en la muerte, y siempre hay algo que nos lleva allí. Porque aunque no lo veamos, o no lo sintamos… por peor que sea nuestro momento, Jesús está con nosotros en la barca. Remar, tenemos que remar nosotros.


No es un ejercicio sencillo este que nos presenta hoy Juan, pero merece la pena intentarlo si no queremos sucumbir al miedo que, muchas veces, provoca el mundo.

jueves, 16 de abril de 2015

JUAN 6 MULTIPLICAR PANES

JUAN 6, 4 – 14: Faltaba muy poco tiempo para la fiesta judía de la Pascua. Cuando Jesús alzó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente? Esto lo dijo sólo para ponerlo a prueba, porque él ya sabía lo que iba a hacer. —Ni con el salario de ocho meses  podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno —respondió Felipe. Otro de sus discípulos, Andrés, que era hermano de Simón Pedro, le dijo: —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?  —Hagan que se sienten todos —ordenó Jesús. En ese lugar había mucha hierba. Así que se sentaron, y los varones adultos eran como cinco mil. Jesús tomó entonces los panes, dio gracias y distribuyó a los que estaban sentados todo lo que quisieron. Lo mismo hizo con los pescados. Una vez que quedaron satisfechos, dijo a sus discípulos: —Recojan los pedazos que sobraron, para que no se desperdicie nada. Así lo hicieron, y con los pedazos de los cinco panes de cebada que les sobraron a los que habían comido, llenaron doce canastas. Al ver la señal que Jesús había realizado, la gente comenzó a decir: «En verdad éste es el profeta, el que ha de venir al mundo.»


Jesús tiene muchas propuestas para nosotros, pero de entre ellas hoy nos ocupa esta de dar de comer a los demás (o de beber), porque como nunca, hoy, en este mundo la gente necesita alimentarse. Y a pesar de que hay mucho alimento, la gente tiene necesidad de alguno con sentido; porque no sólo consiste en llevarles algo a la boca, que disimule mi apetito, sino en aportar un alimento que plenifique, que llene ese vacío que provoca el hambre. Porque cuando se tiene realmente hambre, uno se alimenta de lo que sea. El caso extremo de Haití nos deja una estampa de personas comiendo tortitas hechas con tierra, realmente terrible.

Claro que existe este alimento espiritual capaz de llenar de sentido nuestra vida, o la vida de las personas., porque llena el vacío que existe en la vida. Es el ágape, la comida íntima con Jesús, que además puede multiplicarse hasta llenar a todos los que vienen a comer, y no sólo alimenta sino que da sentido, y un sentido que transforma. Por tanto, cuando nosotros vamos a preparar un banquete, Jesús nos interpela, ¿Sólo vas a darles de comer? Porque el ser humano no sólo vive de pan, necesita que ese ágape le transforme, lo abrace, lo comprenda, lo asista y le ame. A ti, a quien amo, con quien comparto la vida, que me has aguantado, calmado, escuchado, y abrazado ¿sólo voy a darte de comer?

La vida, como la mesa, se vive alrededor de este algo especial que es el ágape cristiano, y cuando este encuentro se realiza, y se vive con Jesús, siempre sobra, y siempre sacia, siempre llena. Pero este mundo nuestro está demasiado hambriento, y como tiene tanta hambre no es capaz de fijarse en lo que sucede alrededor. No puedo ocuparme de los demás porque sólo quiero comer, y estoy nervioso, y nada me sacia, y la vida se vuelve tan vacía, tanto tiempo sin encontrar comida…

Hoy volvía a ver en las noticias el caso de otro matrimonio con dos hijos que van a la calle porque no pueden pagar la hipoteca, y además los padres de ellos, ancianos ya (y que han estado trabajando toda la vida) también se quedan sin su piso, ni con opción a la dación por pago, porque el BBVA no lo acepta.

¿Por qué les niegan la comida? ¿Por qué no les dan de comer? ¿Qué ocurre con estas entidades que están tan hambrientas? Nunca nada les sació, siempre con sus números, con sus superhabit, siempre recuperadas. Porque si no recuerdo mal, cuando tuvieron necesidad sI QUE FUERON RESCATADOS, y ahora no son capaces de rescatar.


Hambre, cada vez más hambre.

miércoles, 15 de abril de 2015

JUAN 3, 16 TANTO AMO DIOS AL MUNDO

JUAN 3, 16 – 21: Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios.


San Agustín entendió la relación entre las personas de la trinidad bajo la cobertura del amor, así como nosotros tenemos la necesidad de amar, de ser amados y de dar amor, podemos entrever la relación celestial. El Padre, es el que ama (el amans) y el Hijo es el amado (amatus) y entre ellos hay una relación especial de amor (por el Espíritu), pero además, para que este amor no se convierta en un ejercicio egoísta y por lo tanto incompleto, debe proyectarse hacia afuera, por tanto en beneficio nuestro. Ésta sea quizás la fórmula más clara y sencilla de entender este tanto amor de Dios hacia el mundo.

Un amor que además salva, y una salvación que actúa en nosotros también de esta misma forma que con el Hijo para que se proyecte hacia afuera, hacia el prójimo. Entonces, nosotros nos movemos entre dos polos mientras vivimos: podemos escoger este amor perfecto que tiene su prolongación en los hermanos, o podemos vivir de una manera egoísta, sin proyección, en la que esa relación de amor se queda entre el Tú y el Yo. ¿Quién no ha visto una relación entre dos en la que uno termina absorbiendo al otro? Paulatinamente uno de los amantes se va quedando sin amigos, sin tiempo libre, sin familia… y termina actuando a la sombra de ese amor esclavo: es una relación imperfecta y egoísta.

La actividad amante lo determina todo, porque necesariamente todos y todas queremos sentirnos amados y también todos queremos ofrecer amor. Pero siendo una necesidad universal muchas veces termina por resultar que se ejerce dentro de unos límites egoístas, esto ocurrirá cuando Jesús o Pablo hablan de la Ley como un elemento que termina con la gratuidad de las relaciones, y que es necesario superar ese estadio para regresar al amor. En nuestro tiempo cada cual puede poner el ejemplo que quiera, pero sigue siendo igual de cierto: condenamos la orientación sexual, negamos la eucaristía a un separado, complicamos en acceso a las vocaciones, y más allá de lo religioso existe todo aquello que impide tanto el amor entre culturas como el agua, la comida… bloqueos.


A mi sabría mal tener que abrirme paso a empujones, aunque muchas veces pienso que al final es lo que quieren, o es la opción que nos dejan. Ciertamente vivimos en un amor incompleto, por más que quieran decirnos lo contrario. Me gustaría orar porque toda esta maraña que impide que el amor llegue al amado (o a la amada), porque si mi necesidad de amar no encuentra a ese quien, terminaremos por fustrarnos. ¿Acaso ya lo han conseguido?  

lunes, 13 de abril de 2015

JUAN 3 JESUS Y NICODEMO

JUAN 3, 1-8: Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue de noche a visitar a Jesús. —Rabí —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. —De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo  no puede ver el reino de Dios —dijo Jesús. —¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer? —Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen que nacer de nuevo.” El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu.


Entramos dentro de aquellas escenas que en el evangelio de Juan se nos explican en clave de luz y de oscuridad. Parece que la noche sea un tiempo propicio para que al hombre le surjan preguntas, dudas, porque la oscuridad, en sí, encierra esa atmósfera misteriosa que nos sobrecoge de tal manera que nos deja incluso algo temerosos. No obstante, dejando el lado interpretativo, podemos ver que entre Jesús y Nicodemo no hay una relación casual, sino que por la calidad de las preguntas parece que no eran extraños. Nicodemo era miembro del Sanedrín, y a Jesús se le ha relacionado como miembro de un grupo (aunque más liberal) perteneciente al fariseísmo, que se reúnan de noche a discutir sobre estos temas era, al fin y al cabo, parte de la convivencia farisaica.

Descartaremos pues cualquier pensamiento sobre la clandestinidad de esta conversa, porque ni Jesús ni Nicodemo buscan un lugar apartado, sino que incluso probablemente estuvieran participando de la cena de alguna cofradía.

Jesús estaba hablando con una persona que además de culta, creía en la resurrección y en la regeneración, y ya sabía que las almas deberían experimentar una especie de cambio moral. Por tanto, lo que sorprende no son tanto las preguntas, o el encuentro, sino esta nueva relación que propone Jesús respecto de la intimidad entre Dios y el ser humano que trascendería los límites de la Torah.

Los cristianos podemos observar, además, que el texto tiene una concreta intención catequético bautismal: esta regeneración viene ligada por el hecho de que sumergiéndonos, muriendo a la vieja naturaleza, renacemos con Cristo. Y renacemos a esta otra nueva naturaleza y también renacemos como hijos de Dios.
Entre Jesús y Nicodemo se señala el traspaso definitivo del amor de Dios que ahora ya trasciende la Ley y comunica su vida al corazón del ser humano. La regeneración del alma adquiere en Cristo un valor curativo, o  efusivo que es esta transformación a una nueva vida por el amor de Dios. Y este es el punto de ruptura ya con nuestros hermanos “mayores” que prosiguen en el cumplimiento de la Ley y los baños rituales de purificación, porque se nace a la vida cristiana como hijos o hijas que participamos del don de la salvación que se nos entrega por gracia, por puro amor.


Cuiden de su alma, deseen esta regeneración y den gracias, porque de una fe que se movía desde las leyes, se nos ha dado otra que transforma nuestro corazón. Vivan esta regeneración en Cristo como personas regeneradas, nuevas, deseosas de devolver a la vida aquello que primero les fue regalado.

domingo, 12 de abril de 2015

JUAN 20 TOCAR Y CREER

JUAN 20, 24 – 31: Tomás, al que apodaban el Gemelo, y que era uno de los doce, no estaba con los discípulos cuando llegó Jesús. Así que los otros discípulos le dijeron: —¡Hemos visto al Señor! —Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré —repuso Tomás. Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La paz sea con ustedes! Luego le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. ¡Señor mío y Dios mío! exclamó Tomás. —Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.  Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.


Tomás, pienso, es uno de los discípulos que más se acerca al creyente de nuestro tiempo:  el fiel que ha vivido el paso del siglo XX al XXI, de la peseta al euro, del tabaco a las zonas si humo y del modem al cable… Con tanto cambio nos hemos vuelto un poco escépticos y para creernos algo primero tenemos que verlo. Lo mismo nos pasa cuando hay desconfianza, o dificultad, pero también nos mostramos escépticos ante los proyectos a medio y largo plazo, ya sea en el terreno personal, profesional, académico… Somos víctimas y verdugos, depende de la situación. No existe la objetividad, y casi todo en la vida tiene que ser demostrable. Ya poco queda de aquel tiempo en que nos llamaban crédulos, ingenuos o soñadores.

La lógica, la ciencia, la sabiduría, el razonamiento… todo pasa por el papel fundamental de la experiencia, por el empirismo, o pasamos por ser muy aristotélicos, o por acercarnos a David Hume. La experiencia es la base de todo, y lo vemos incluso en nuestro lugar más espiritual de la mano de este Tomás, que conforma una parte activa de la comunidad cristiana: si veo, creo y si no lo veo, no lo creo. Y esta máxima somos capaces de llevarla a todas las dimensiones de la vida: seréis cristianos si veo amor, seguidores de Cristo si veo entrega, muy religiosos si os veo rezar, piadosos si os veo celebrando la eucaristía, y siempre tengo que ver para poder asegurarme de lo que es porque parece que la realidad es poco confiable, como si me acogiera a las dos caras de la vida. Me aferro tanto al querer ver, que me estoy perdiendo las cosas imperceptibles de la vida y que ocurren (están ocurriendo) delante de mí.

Si no lo veo, también lo estoy negando y éste es un ejercicio fulminante para perder la fe, porque la fe (que no alcanzamos a ver) es lo que mueve nuestra vida. Y si niego lo que no veo ¿no estoy también negándome a la fe? … Las  primeras palabras que leemos de Jesús son: convertíos y creed en el evangelio. La conversión es un proceso interior y el evangelio es algo abstracto, pero ambas situaciones pasan por el ejercicio del ser humano y terminan por reflejarse en nuestra vida. La última palabra de Cristo no fue vocalizada sino expirada, y con aquella expiración regresó el Espíritu al mundo, que tampoco podemos ver. Y el amor del Padre, o su misericordia… Incluso muchos actos de la creación son para nosotros imperceptibles: el trabajo de las abejas, la formación de una nube, el final de un arco iris, la germinación de una semilla, el viento, la brisa, el calor…


Si me encierro en la experiencia estoy sometiendo mi realidad, y me estoy perdiendo lo más bello de la vida. Jesús nos invita, como a Tomás, a poner nuestras manos en la vida, en la creación, en el hermano o en la hermana, en la Iglesia, en la fuerza, el optimismo, la alegría, aunque también en la necesidad, en la pobreza… Este Dios nuestro que quiso tocar nuestra historia encarnándose y viviendo como nosotros nos levantó, nos curo, nos ayudó… mientras vivió entre nosotros, y ahora que resucitó y subió al Padre nos sigue tocando a través de nosotros. Pon, pues, tus manos en la vida, en la humanidad, y hazlo con profundidad, y cuando alcances lo profundo, cree. Y abre tus ojos a la experiencia de la creación y ten fe, tanto en lo que llegas a ver como en lo que queda oculto. 

sábado, 11 de abril de 2015

MARCOS 16 ANUNCIAR LAS BUENAS NUEVAS

MARCOS 16,  9 – 15: Cuando Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue y avisó a los que habían estado con él, que estaban lamentándose y llorando. Pero ellos, al oír que Jesús estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron. Después se apareció Jesús en otra forma a dos de ellos que iban de camino al campo. Éstos volvieron y avisaron a los demás, pero no les creyeron a ellos tampoco. Por último se apareció Jesús a los once mientras comían; los reprendió por su falta de fe y por su obstinación en no creerles a los que lo habían visto resucitado. Les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura.


¿Creemos todavía posible ir a predicar el evangelio por el mundo? Quizás, pienso, la predicación como tal ya no tiene cabida en nuestro mundo, es una herramienta que ha dado mucho fruto, y sigue siendo la principal forma de divulgar la fe, pero ha perdido peso casi de una forma aplastante en la vida, en el diario de nuestra sociedad. Aunque esto es como aquello del vaso medio vacío o el vaso medio lleno, y sólo querría acogerme al dato, que demuestra este vertiginoso descenso de la proclama del evangelio.

Quizás sea un buen momento para ocuparse de otras formas de evangelizar, o quizás sólo se trate de dejar la impronta (el sello) que la comunidad cristiana sigue ahí, trabajando en medio de una sociedad cada vez más decepcionada por todo: ya sea en política, en economía o incluso en el ámbito convivencial… lo cierto es que cada vez hay más desengaño. Estamos en la época de las grandes crisis, podríamos decir, pero con el vaso medio lleno también diría que estamos en un tiempo propicio para tener un encuentro personal con el resucitado.

Cuando todo está tan revuelto llegamos al momento de los grandes oportunistas, que son capaces de dirigir toda esa confusión hacia un proyecto determinado de salvación, porque el ser humano cuando vive angustiado lo que busca es ese resquicio de esperanza, o de futuro. Pero es entonces cuando todo rasgo de fortaleza, de unión, de solidaridad, de confianza y de entrega es causa de esta nueva evangelización que pasa a través de la vida, de nuestra vida, y el anuncio del evangelio cobra su pleno sentido cuando lo que es Palabra vuelve a traspasar la carne.

La evangelización tiene: una propuesta de crecimiento que se desarrolla a través de la catequesis, una propuesta de vida por adhesión a la comunidad cristiana y una misión de solidaridad con el mundo como ejes centrales de esa esperanza de salvación en Dios. Y de cómo arraigan éstas en la realidad más cercana se moviliza el desarrollo del diario de las barriadas, o de las ciudades, o de los países… Pero, a mi me cuesta un poco entender, qué sucede en la vida para que lo que funciona bastante bien en las bases no repercuta más arriba? Por qué las acciones sociales que viven desde el bolsillo de personas no pueden encontrar su hueco políticamente? O por qué no llega hoy un plato de comida a todo el mundo? Lo lamento, pero denunciamos mucho y conseguimos poco, o nos conformamos muy fácilmente con lo poco que nos dan!


Se me ocurre que a esta evangelización le falta algo también importante: conseguir una política justa a través de personas con capacidad humana que sean capaces de representar a personas, o hacer de la política un espacio plural y generoso, o quién sabe… un mundo más igual. La evangelización pasa por todos los lugares en los que el ser humano se ha hecho como Dios y ha crecido en egoísmo, por apartar todo rastro de impiedad, por conciliar posturas, por pacificar procesos, por cuidar el mundo… O quizás yo sea un soñador y el mundo deba ser complicado.

viernes, 10 de abril de 2015

JUAN 21 SUBIR A LA BARCA

JUAN 21, 1 – 10: Después de esto Jesús se apareció de nuevo sus discípulos, junto al lago de Tiberíades. Sucedió de esta manera:  estaban juntos Simón Pedro, Tomás (al que apodaban el Gemelo ), Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos. —Me voy a pescar —dijo Simón Pedro. —Nos vamos contigo —contestaron ellos. Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada. Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él. —Muchachos, ¿no tienen algo de comer? —les preguntó Jesús. —No —respondieron ellos.  —Tiren la red a la derecha de la barca, y pescarán algo. Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no podían sacar la red. ¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba. Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. Los otros discípulos lo siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien metros de la orilla. Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado encima, y un pan. —Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar —les dijo Jesús.



Sabemos que en la antigüedad, el mar representaba el mal del mundo, allí se encontraba el terrible Leviatán y, en definitiva, el mar sigue siendo un inabarcable misterio que siempre se presta para sorprender al ser humano. Me explicaron este pasaje en clave de salvación, en fin, es un pasaje que puede leerse desde muchos puntos de vista. En este caso, Jesús resucitado quiere dejarnos una misión definitiva a la comunidad cristiana respecto el mundo, que viene a ser como un mar, con sus problemas, sus dificultades, sus luchas, sus contradicciones… Jesús, que nos ha enseñado cómo caminar por encima del agua, nos anima a proseguir con esta aventura de rescatar a las personas de sus situaciones más difíciles.

La misión de los amigos y amigas de Jesús es la de ofrecer la mano para poder sacar del mar al ser humano y acercarlo a esa orilla en la que está sentado el Señor, esperándolos con las brasas preparadas y con el pan y el pescado. Porque a la gente hay que darles muchas cosas, pero lo primero que hay que hacer es cubrir su necesidad más inmediata. Y el que sale del agua, lo que necesita es el calor de las brasas y algo de comer. La escena que nos dibuja el evangelista es preciosa, y mientras la comunidad cristiana trabaja para devolverle al ser humano su libertad, Cristo nos hace el llamado a la playa como un lugar al que llevarlos.

Pero este trabajo no es fácil, y aunque parezca mentira hay muchas veces en la que esa mano que se ofrece es rechazada, y la opción de algunos es la de seguir viviendo en ese mar cada vez más hondo. ¿Qué es lo que hay que hacer? Seguramente lo mejor que podamos hacer es seguir saliendo a pescar al mar, ofreciendo nuestra barca, teniendo en tierra las brasas apunto, porque quizás en alguna de estas los podamos recoger y recoger, al fin y al cabo, es despertarlos a su realidad, abrirles los ojos para que puedan mirar al horizonte y ver al Señor, como Pedro.

La comunidad cristiana es portadora de paz, de perdón, de reconciliación… Esta es la misión de cualquier cristiano, ser testimonio del amor de Dios a través de nuestros propios actos, aunque también a través de nuestros mayores defectos. De algún modo el cristiano es un reivindicador de la libertad, porque lo que el ser humano necesita es ser libre para no ahogarse en el mar. Las barcas son tan sólo el lugar que la comunidad propone para navegar por encima de las aguas y para acercar estos encuentros en la playa con Jesús.


Y cuando se produzca cada encuentro, dejar que cada cual haga lo que quiera hacer, lo que tenga que hacer. Algunos se quedarán con nosotros, trabajando en la barca y otros, querrán marchar. Pero que todos ellos puedan tener esta experiencia con Cristo y ser salvados del mar. 

miércoles, 8 de abril de 2015

LUCAS 24 CAMINO DE EMAUS

LUCAS 24, 28 – 35: Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron: —Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche. Así que entró para quedarse con ellos. Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Se decían el uno al otro: —¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras? Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos. ¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón. Los dos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan.



El pasaje de Emaús, del que sólo recojo esta parte final, es en sí una bonita catequesis en la que se expone todo el sentido cristológico de las Escrituras. Desde el principio de los tiempos todo lo que Dios ha creado tiene este sentido que alcanza plenitud en la persona de Jesucristo, del que se venía ya hablando desde los tiempos de los profetas. Jesús nos hace aquí una pequeña síntesis acerca de todo aquello que contenía el Antiguo Testamento y que se ha cumplido en la Nueva Alianza. También nos da a nosotros una clave de lectura para acercarnos a la Escritura en sentido cristológico, viendo la Antigua Alianza como una promesa que se perfecciona con el Misterio Pascual, con todo el simbolismo de lo que hemos estado celebrando estos últimos días.

La segunda parte del pasaje también es catequético, aunque centrado en la eucaristía. La fracción del pan, que bendijo y partió recuerda aquella cena pascual que celebró Cristo con los suyos la noche en la que debía ser apresado y juzgado, y que a modo de mandamiento les dejó para hacer como memorial. Lucas condensa en este itinerario de Emaús gran parte de la teología, cristología, eclesiología y sacramentología cristiana, es la mejor herramienta para hacer catequesis, y un texto accesible a cualquier edad.

Durante estos días posteriores a la resurrección, Jesucristo se irá apareciendo en diferentes momentos y formas a los suyos, no sabemos cómo se presenta aunque sabemos que lo reconocen. Le ocurre a la Magdalena, a Tomás, a estos viajeros y así incluso a nosotros mismos que vivimos un encuentro personal en el que aunque no vemos, sí reconocemos a este Cristo tanto en el llamado, como en la compartición del pan, o la celebración eucarística, o en la comunión con los hermanos y las hermanas. Hay toda una experiencia vital que recoge el acontecimiento de Jesús y toda una corriente humana que desea prolongar el legado de Cristo de este amor que no se agota, y que salva.


Y termino, esta experiencia del resucitado provoca dos cosas: calor y alegría. Este calor no me deja frío o indiferente ante la necesidad, el hambre, la injusticia, el miedo o las desigualdades y me lleva a actuar, y esta actuación no me supone una carga, o una obligación, o un malestar, sino que provoca alegría, una alegría que sale con naturalidad. Es el gran misterio de la presencia de Dios que actúa en la creación y que se hace visible en la comunidad cristiana cuando ésta considera el mundo como un lugar al que dar amor.

martes, 7 de abril de 2015

JUAN 20 DEJEMOSLO MARCHAR

JUAN 20, 11 – 18: pero María se quedó afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. —¿Por qué lloras, mujer? —le preguntaron los ángeles. —Es que se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto —les respondió. Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él. Jesús le dijo: —¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas? Ella, pensando que se trataba del que cuidaba el huerto, le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él. —María —le dijo Jesús. Ella se volvió y exclamó: —¡Raboni! (que en arameo significa: Maestro). —Suéltame, porque todavía no he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y diles: “Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes.” María Magdalena fue a darles la noticia a los discípulos. «¡He visto al Señor!», exclamaba, y les contaba lo que él le había dicho.


Nosotros, como comunidad, tenemos siempre una misma tentación, que es retener a Jesús. Así le sucede a María Magdalena que cuando alcanza a ver al resucitado lo agarra abrazándolo. Y es un acto normal, porque ninguno de nosotros quiere que se marche Jesús, porque si Él está con nosotros (presente) vivimos más confiados, más seguros, más protegidos… porque, en definitiva, mientras Jesús estuvo con ellos el evangelio poco nos dice de episodios en el que los discípulos fueran perseguidos, o azotados, o acusados… Mientras el centro era Jesús, la comunidad pasaba como más desapercibida.

Por eso nuestra tentación es esta de retener al Rabí, porque si Jesús no está entre nosotros eso significa que la iniciativa la tiene que tomar la comunidad y como ocurrirá en estos días que siguen a la resurrección, ellos viven escondidos en aquel aposento alto, con las ventanas cerradas y mucho temor ya que nadie sabía lo que tenía que pasar. Incluso cuando alguien dice que Jesús se les ha aparecido, la comunidad pedirá más pruebas. Desde que apresaron a Jesús, parece que ese vacío provoca temor entre los suyos.

El gesto de María es nuestro propio gesto, y sigue siéndolo también de la Iglesia, pero a Jesús hay que dejarlo marchar, no hay que retenerlo, porque para que el Espíritu esté con nosotros, el Hijo debe volver con el Padre.

En nuestra vida cotidiana pasa lo mismo con las personas a quienes hemos podido ayudar, y cuando esa persona también se ha recuperado nosotros queremos retenerlo casi a cualquier precio, pero a las personas hay que dejarlas que elijan con libertad, que vivan con libertad, porque si los queremos retener ya los estamos volviendo a someter, y después vienen malos entendidos, y después vienen las decepciones y no hacemos más que perjudicarnos. La misión de la comunidad cristiana es la de ayudar a los hombres y mujeres a vivir con libertad, y hay muchos hombres y mujeres que viven en situaciones muy complicadas. Nosotros debemos dejar que cada cual encuentre lo que tiene que hacer en la vida, puede que ayudándolo, pero cuando haya encontrado ese cometido no podemos retenerlo. Si él o ella decide quedarse, gloria a Dios, pero s decide marchar, ayudémoslo.


Dejar ir es un ejercicio de confianza. Jesús la pone en nosotros y nosotros debemos ponerla en el ser humano. Sólo nos queda confiar.