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jueves, 31 de agosto de 2017

MATEO 23, 27. SEPULCROS BLANQUEADOS

 MATEO 23, 27 - 30»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. »¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los justos. Y dicen: “Si hubiéramos vivido nosotros en los días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los profetas.”


Jesús recrimina a aquellos que con su testimonio prosiguen la obra de los antecesores, quienes perseguían, calumniaban y mataban a los profetas que hablaban Palabra de Dios entre el pueblo. A veces era por causa de la envidia, otras por causa de la misma palabra (que era de denuncia social), otras por causa política… todos perseguidos, todos ninguneados, todos apartados porque su voz, que era la de Dios, contenía la verdad: que mientras las clases política y religiosa vivían entre toda opulencia, el resto del pueblo pasaba hambre (física y espiritual). Así, el profeta denunciaba aquella situación social, reclamando un retorno a Dios con un sinfín de oráculos de denuncia.

Parece como si Jesús, hoy, estuviera lanzando el suyo. No obstante, detrás de toda denuncia hay misericordia; después de todos estos ayes contra escribas, fariseos y maestros de la Ley la salvación de Dios no se esconde de nadie, se hace accesible a todos, y aunque el final sea de salvación eso no impide que Jesús levante el dedo y señale a estos culpables que fueron puestos para bien del pueblo y que en lugar de darles bien sólo se enriquecían. Misericordia quiero, desde luego, pero a cada cosa llamémosla por su nombre.

Jesús fue en ese sentido muy cercano a otro gran hombre de paz: Ghandi. Este sabio que estaba a favor de la paz, también era partidario de luchar por ella si era necesario. La paz, pues, como la misericordia no siempre vienen a través de la sonrisa, de la sensibilidad, de un abrazo… sino que muchas otras viene a través de la disputa, del encuentro, de la confrontación. Esto es, que si bien un cristiano debe orar por todas las situaciones y debe poner su confianza en Dios, también debe ser capaz de denunciar, de pelear, y de no rendirse ni ante la violencia, ni ante el opresor.

El cristianismo es valentía, y esta expresión de personalidad muchas veces proviene desde un grito, una orden, una bofetada, una expulsión o un suspenso. Porque el amor, aún el supremo amor, pasa también por decir la verdad o por decir verdad. No nos asuste esa cara B de la cristiandad, esa que no gusta tanto llevar a la luz, nuestros enfados, discusiones, enfrentamientos… tampoco temamos llevar la verdad hasta la más alta instancia, porque el deber del cristiano pasa por el  amar y por el denunciar.

Mi otra mejilla puedo ponerla con pasividad, esperando que me vuelvan a golpear, o puedo ponerla activamente, esto es, reivindicándome, plantándome, posicionándome y por más que me golpees no voy a bajar la cabeza, a rendirme, o a caerme y aún si me caigo ahí tienes mi otra mejilla y me vuelvo a levantar. Esa mejilla se erige como símbolo de denuncia ante la violencia, también puede hacerlo como símbolo de muchas otras (maltrato, abuso…).

martes, 29 de agosto de 2017

MARCOS 6, 19 ESCUCHANDO CON GUSTO

 MARCOS 6, 14 – 29: El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho famoso. Algunos decían  «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene poder para realizar milagros.» Otros decían: «Es Elías.» Otros, en fin, afirmaban: «Es un profeta, como los de antes.» Pero cuando Herodes oyó esto, exclamó: «¡Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza, ha resucitado!» En efecto, Herodes mismo había mandado que arrestaran a Juan y que lo encadenaran en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de Felipe su hermano, y Juan le había estado diciendo a Herodes: «La ley te prohíbe tener a la esposa de tu hermano.» Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y deseaba matarlo. Pero no había logrado hacerlo, ya que Herodes temía a Juan y lo protegía, pues sabía que era un hombre justo y santo. Cuando Herodes oía a Juan, se quedaba muy desconcertado, pero lo escuchaba con gusto.


Qué bueno, pienso, sentirse desconcertado cuando a alguien le dan un consejo o le indican un camino y escucharlo con gusto. Es señal de que estamos abiertos tanto a lo bueno como a lo malo que nos puedan decir. Estamos, ciertamente, quizás demasiado acostumbrados a ver en la Palabra como un viento favorable, que ayuda, y es cierto, pero también debemos entrever que esa misma Palabra puede llegarnos con un viento contrario, como el que atiza el mar. Favorable o no, son vientos del Espíritu que nos llegan desde rincones insospechados, desde personas muy diversas y, claro está, desde la exhortación y desde una sonrisa. Algo así como lo que Pablo escribió a Timoteo en su carta pastoral.

Escuchar con gusto, lo bueno y lo malo, no puede acabar, pero, con la decapitación del mensajero. Aunque bien es cierto que hay veces que así ocurre. El reproche de un amigo, la bronca con los padres, el enfado con la persona amada… situaciones que requieren de nosotros otra respuesta. Y es cierto, por lo menos en mi caso, que soy de los que les sientan mal las correcciones pero, hay que ver, qué necesarias son.

Entre este Herodes caricaturesco parece que hay un angelito bueno, Juan, y un diablillo, Herodías, que le hablan para hacer bien o para hacer mal. Bien, es una figura recurrente de la conciencia del ser humano, o de la moral del ser humano. Es una situación perfecta para ejemplarizar el dilema de la elección entre el bien que me hace o el bien que no quiero y el mal que conlleva. Situaciones cotidianas, que nos pasan a todos.

El evangelio, que está lleno de profundidad, también nos sorprende con estas otras situaciones sencillas de la vida.

lunes, 28 de agosto de 2017

MATEO 23. INTERPRETACIONES

 MATEO 23, 1 – 12Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: los maestros de la ley y los fariseos tienen la responsabilidad de interpretar a Moisés. Así que ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican.  Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas. Todo lo hacen para que la gente los vea: Usan filacterias grandes y adornan sus ropas con borlas vistosas; se mueren por el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y porque la gente los salude en las plazas y los llame “Rabí”. Pero no permitan que a ustedes se les llame “Rabí”, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, y él está en el cielo. Ni permitan que los llamen “maestro”, porque tienen un solo Maestro, el Cristo. El más importante entre ustedes será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



Tengo que decir que comprendo perfectamente las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús al referirse al modo de actuar del ambiente religioso de los fariseos y los rabinos, aunque también debemos entender que de ninguna manera está acusación de hoy se traslada a todos los miembros o grupos dentro del fariseísmo. La hipocresía vive esparcida en todas las áreas de la vida y se asume incluso como un comportamiento más propio del ser humano. Pero parece que en la vida religiosa esta actitud tenga un peso mayor y, esto, se debe no sólo entender sino afrontar para erradicar lo que se conforme como vida en apariencia. Que hoy en día todavía pese sobre la religión la etiqueta de hipocresía me duele en el alma, aunque la convivencia me dice que, efectivamente, hipócritas los hay y muchos.

Qué lástima que en un ambiente de piedad, de oración, de dedicación al Señor exista el término falso, fachada. Qué pena que, además, a causa de vivir en la mentira se haga daño a terceros o a los próximos, tanto da. No puedo soportar que a causa de la mala fe de un cristiano, otro pierda su fe, su esperanza, su ilusión. Qué miseria siento en mi interior cuando tengo que convivir con corazones enfermos que aún creen que no necesitan médico, y que impunemente extienden su enfermedad por la comunidad. Qué dolor de oídos cuando escucho mentira, o cuando se tapan los hechos y no se confiesan, incluso en la intimidad llegan a ser hipócritas que esconden lo que ha pasado, lo que han hecho… Por todo ello entiendo el dolor de Jesús.

Supongo que todos estamos expuestos a convertirnos un día u otro en hipócritas, pero también es cierto que puede llevarse una vida de verdad, sin lugar para aparentar ser otra persona. Supongo que es más fácil vivir en apariencia, no quedar mal… que decir lo que hay, lo que es, aunque eso nos ocasione un problema. Sé que vivir de manera hipócrita no le da a uno ni la paz ni la tranquilidad en esta vida, más vale ser honesto aunque no se esté exento de sufrimiento para poder vivir en paz. Si decimos que amamos amemos, no nos vistamos de amor cuando en nuestra sangre corre crueldad. Si decimos que somos seamos, no queramos aparentar con más oraciones, con más cánticos, con más santidad si luego vivo con desprecio, desconfianza y violencia.

Podríamos seguir tanto en un bloque como en otro, pero basta! La hipocresía lleva viviendo en este mundo muchos más años que yo, que tú y parece que se ha instalado para unos cuantos siglos más. Como en Mateo, hablar de ello puede servirme de desahogo, aunque lo haga en tono de denuncia. Me queda en lo secreto, en mi intimidad no ofrecerme a la hipocresía ningún día de mi vida y caminar en la verdad, asumiendo el dolor que puede comportar, si soy feliz es porque lo estoy, no necesito ninguna máscara que sonría si soy un payaso triste. En este gran circo de la vida elijo una función que me muestra desnudo, como soy, huyo de aquellas representaciones en las que no se sabe quién es quién.

sábado, 26 de agosto de 2017

MATEO 22, 34. AMOR ES

 MATEO 22, 34 – 40: Los fariseos se reunieron al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de ellos, experto en la ley, le tendió una trampa con esta pregunta: —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”  —le respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.


No descubrimos nada nuevo. El mandamiento, o los mandamientos más importantes recorren, día tras día, el pensamiento del cristiano. Con todo no es una empresa fácil. Amar tiene siempre algo de incompleto y de difícil, hasta de incomprensible. Hay un misterio evidente en esto del amor que nos sacude cuando nos damos cuenta que, vaya, parece que de amor vamos bien faltos. No obstante, para nuestra tranquilidad, poco tiene que ver el amor con la idealización que acompaña a algunas de las homilías, estudios y predicaciones que escuchamos donde todo es de color de rosas. Ciertamente no ocurre siempre ni el todos los lugares así, pero en esta extensión de fantasía hay, incluso, un cierto aroma de maldad.

El amor, tan recurrente, es a veces incompleto, no correspondido, caprichoso… podríamos hacer la tabla contraria al capítulo trece de la carta a los Corintios de Pablo. El amor, por lo menos el amor que toca con los pies en el suelo, vive en una continua paradoja. Y así las cosas no hay otra presentación posible que la vivida que, además, se hace multidiversa en cada rincón del mundo. Y entre la letra y la experiencia, entre la dicha y la miseria, cada forma de amar se convierte en algo misterioso.

Cada uno de nosotros es como es. Quizás podamos tratar de cambiar durante un tiempo, aunque termina por costar. Si uno ama menos; si a alguien le supone un quebradero de cabeza amar al prójimo; si nos es más sencillo hacerlo con unos que con otros… ¿somos menos cristianos? Simplemente es la vida. Ay, pero, con aquellos que fraguan nuestros límites desde el pecado, desde la indignidad o desde la dictadura de las religiones porque no hacen sino confundir al ser humano. Porque la persona, en definitiva, es eso, persona.

Así, abandonemos los prados bucólicos del amor que no es jactancioso, que es humilde, bondadoso, que no busca lo suyo… y vivamos cada uno con el amor que puede. Que quizás no es el más bonito pero, qué narices, también es amor.

jueves, 24 de agosto de 2017

JUAN 1, 45. ACUDIR

 JUAN 1:42-51  Al día siguiente,  Jesús decidió salir hacia Galilea.  Se encontró con Felipe,  y lo llamó:  --Sígueme. Felipe era del pueblo de Betsaida,  lo mismo que Andrés y Pedro. Felipe buscó a Natanael y le dijo: --Hemos encontrado a Jesús de Nazaret,  el hijo de José,  aquel de quien escribió Moisés en la ley,  y de quien escribieron los profetas. --¡De Nazaret!  ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?  --replicó Natanael.  --Ven a ver --le contestó Felipe.  Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba,  comentó:  --Aquí tienen a un verdadero israelita,  en quien no hay falsedad. --¿De dónde me conoces?  --le preguntó Natanael.  --Antes que Felipe te llamara,  cuando aún estabas bajo la higuera,  ya te había visto. --Rabí,  ¡tú eres el Hijo de Dios!  ¡Tú eres el Rey de Israel!  --declaró Natanael. --¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera?  ¡Vas a ver aun cosas más grandes que éstas!  Y añadió: Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo,  y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.


Todos hemos vivido o vivimos la experiencia del encuentro y del reencuentro como una experiencia absolutamente maravillosa, capaz de desatar las lágrimas de los más toscos y de fundir en un abrazo a quienes, sea por las circunstancias que sean, han vivido alejados el uno del otro. Surge el deseo de compartir más tiempo, más vida, de estar más cerca, de volver a la fogosidad del amor primero… es como un reengancharse a la ilusión alegre del que habiendo perdido algo, vuelve a encontrarlo cuando, quizás, ya ni contaba. Así sucede también, en el caso de los cristianos, cuando hallamos a Cristo. Que supone para nosotros una inyección vital para que nuestro corazón palpite con nueva fuerza, con más pasión, con esperanza.

No obstante, y también nos pasa a todos, hay veces en que por más pasión que pongamos o más ilusión mostremos al llevar una noticia, sea cual sea, los que la reciben no muestran ningún interés. Y muchas veces ello nos decepciona pues pensamos, caramba, ¿qué puede dar mayor alegría que compartir la ilusión que traemos? Algo así pudo pasarle a Felipe cuando conoció al Cristo y marchó a contarle la noticia a Natanael, quien la recibe con más pena que gloria. ¿Quieres decir? ¿De Nazaret puede salir algo bueno? ¿Será para tanto? Pero Felipe sigue con su contagioso gozo e invita a Natanael a ver.

Qué buena actitud esta de no dejarse vencer por las dudas de los demás, por los miedos o las inseguridades, por la ignorancia o el desconocimiento. Lo que tengo que comunicar es tan, tan, importante y tan, tan, maravilloso que si hace falta no sólo te lo cuento sino que además te lo quiero mostrar. Esta actitud contagia, esto es Evangelio!!

No va a ocurrir algo parecido hoy? No volveremos a esta actitud mañana? Pensemos en los millones de niños y niñas que van a llevar a sus padres, hermanos, tíos, abuelos, una y otra vez a ver lo que les han traído, regalado o dado. O pensemos en los padres, tíos, abuelos, que hoy van a querer llevar a sus hijos e hijas a las cavalgatas de todos los lugares del mundo. Esto, también es Evangelio.

Vayan al mundo, contagien con su alegría, celebren con gozo, déjense entusiasmar y no decaiga su felicidad. Y si alguno no les escucha, llévenlo a ver.

miércoles, 23 de agosto de 2017

MATEO 20. OJO MALO

 Mateo 20, 1 – 16:  «En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.” Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: “¿Por qué estáis aquí todo el día parados?” Dícenle: “Es que nadie nos ha contratado.” Díceles: “Id también vosotros a la viña.” Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: “Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.” Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor.” Pero él contestó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.»


A la luz de lo ocurrido estos últimos días en Barcelona, estos últimos años en Europa, me sobrecoge, de este pasaje del evangelista, la frase: “¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”. Ciertamente una afirmación para meditar en profundidad tanto por su actualidad como por su significado, profundo, que nos acerca a la realidad del propio ser humano.

El ojo, la vista, lo que percibimos de las cosas y de los demás tiene un puesto recurrente en el Evangelio. En algún momento se nos llama a arrancarlo si no nos deja ver más allá, porque nos impide el acceso al Reino. El ojo, en estos días, está a la orden de las noticias, comentarios, artículos, directos y programas de investigación que han ido vertiendo información de todo tipo respecto de los atentados terroristas. Entre la verdad y el fake, mucha confusión. Entre las imágenes de los atentados, muy poca sensibilidad en algunos casos. Entre los actos que se han ido proponiendo, como los altares y las muestras de soporte y cariño, mucha conmoción. Y, por ir al otro extremo, entre tanto terror también mucho odio. El ojo, pues, se ha convertido en la clave de lectura del corazón y de la mente para muchos de nosotros.

La pregunta que nos hacemos, o que les hacemos a estos terroristas es: “va a ser tu ojo malo porque somos buenos?” .

Es la pregunta que nos hacemos todos los que quisimos acoger, todos los que quisimos dar, todos los que quisimos amar a quien viniera con un corazón dispuesto, gozoso, deseando ayudar, colaborar. Es la pregunta que se puede hacer cualquiera que haya hecho de la solidaridad su bandera, del voluntariado su vida. Es también, pero, la pregunta ancestral que desde hace muchos siglos antes de Cristo el ser humano se pregunta ante la incomprensión, la decepción y la injusticia. ¿Cómo es posible?

Desde luego no voy a dar ninguna respuesta vana. Pero quería apuntar a dos realidades que terminan convergiendo. El ser humano es finito y frágil y, dos, desde el principio de gratuidad no todo tiene una utilidad inmediata para las personas y, por tanto, no todo puede comprenderse. ES imposible. Al misterio del mal se le une el misterio de la persona. Por tanto, y tras lo ya mucho que se ha dicho y manifestado, a mi me queda abrir un período de silencio al respecto ante lo inefable. Y como cristiano, tratar de encontrar el lugar de Dios en todo esto, que no es fácil.

Por lo demás, el sábado iremos a la manifestación que se ha convocado con el ánimo de salir a la calle a decir que no, que no tenemos miedo, aunque sí, hay algo de temor.

martes, 22 de agosto de 2017

MATEO 19, 23. RENUNCIAS

 MATEO 19, 23 – 29: —Les aseguro —comentó Jesús a sus discípulos—que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. Al oír esto, los discípulos quedaron desconcertados y decían: —En ese caso, ¿quién podrá salvarse? —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible. —¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! —le reclamó Pedro—. ¿Y qué ganamos con eso? —Les aseguro —respondió Jesús—que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel. Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.


A pesar de que el evangelista nos muestra con vehemencia la problemática de los ricos respecto del Reino hay que decir que de costar, cuesta tanto a ricos como a pobres. Entiendo, pero, el contexto en el que escribe el evangelista pero, visto el mundo, esa separación respecto del Reino, si queda en actitudes, la encontramos tanto en unos como en otros. En los ricos porque anteponen su riqueza a los valores del Reino, en los pobres porque por su situación de emergencia también anteponen otros valores que distan de los recogidos para el Reino. Unos roba, otros matan, aquellos ahogan, los otros asaltan… Difícil, para todos, parece entrar en este Reino de los Cielos.

Ello me lleva a pensar y a repensar que la problemática principal de acceso al Reino no puede versar en el comportamiento de las personas. Si unos hacen, o dejan de hacer, debe verse en su contexto vital, que además muchas veces obliga A. En este sentido no es posible obligar a nadie a ser mejor, ni incluso a ser buena persona, ni tan siquiera a entrar en una espiral de abnegación, arrepentimiento y penitencia perpetua. Esto es un error. Un error que además repetimos siglo tras siglo.

Que nadie busque un Reino de recompensas, porque del Reino venidero sabemos bien poco. Por tanto, que nadie tampoco obligue a una vida de renuncias sin sentido, demonizando aquí y allí, por doquier, valores y valores, porque eso no es condición sine qua non para el Reino. Que tampoco viertan morales y éticas, en un mundo de necesidades, abandonos, distancias e injusticias porque cada uno vivirá en sus posibilidades. Y si alguien en lugar de renunciar quiere añadir, o sumar, que lo haga desde la compasión, como un verdadero ayuno.

lunes, 21 de agosto de 2017

MATEO 19, 16. LO QUE ES BUENO

 MATEO 19, 16 – 22Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó: —Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna? — ¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? — respondió Jesús—. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. — ¿Cuáles? —preguntó el hombre. Contestó Jesús: —“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre”, y “ama a tu prójimo como a ti mismo”. —Todos ésos los he cumplido —dijo el joven—. ¿Qué más me falta? —Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Cuando el joven oyó esto, se fue triste porque tenía muchas riquezas.


Que nadie marche triste, porque aquel que crea que no puede dejar sus riquezas también será bien recibido y también queremos que esté con nosotros. Tanto si son seguridades, como si parte del comportamiento, o como si posesiones de cualquier tipo, no te entristezcas y disponte para caminar con nosotros. Jesús no le dijo al joven que no le siguiera, aunque pueda darnos esa impresión, lo cierto es que a pesar de que la parábola termina de forma abrupta, ¿quién dijo que haya un previo paso para seguir a Cristo?. Venid a mí los cargados y cansados, esta es la invitación universal a todo ser humano (rico, pobre, enfermo, sano, hombre o mujer), por tanto… dejemos atrás ese cliché con el que reinterpretamos al joven rico. Seas como seas, tengas lo que tengas, te falte lo que te falte, Jesús te invita a seguirlo, no a marcharte triste.

¿Pero quién hay triste en nuestro tiempo que cumpliendo los mandamientos no pueda seguir a Cristo? Pues lamentablemente todavía hay mucha gente. Me vienen a la cabeza los divorciados, que no participan de la eucaristía por yo todavía no se qué motivo bíblico; o los homosexuales y lesbianas, a los que no les dejan ni ejercer de padrinos o madrinas; o muchos creyentes que viven en un tiempo donde se ha heredado una clara desconfianza contra la iglesia… Bien, habrá quienes digan que hay mucha alegría (por supuesto), pero con la mano en el corazón hay que decir que también hay mucha tristeza.

La pregunta, nuestra pregunta ya no tiene que ser: maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, sino: maestro, ¿cómo acabar con la tristeza? Podría decirles que sí, que la iglesia cumple con los mandamientos, que incluso trabaja por el desamparado y da de comer al hambriento, y viste al desnudo… pero que como ese joven, vive arraigada en sus muchas riquezas, algunas de las cuales nos hacen entristecer. He leído como el Vaticano II quiso dejar muchas de esas riquezas, pero aun queriendo no lo ha conseguido, porque hay personas que no las quieren vender. Hoy se reúnen por las familias, mañana por la convivencia, al otro por la paz… pero, ¿quieren vender sus riquezas?

No entristezcan a nadie más, la labor principal de la comunidad, de la iglesia de Cristo es para comunicar una buena noticia, por tanto si tienen que vender sus riquezas hagan el favor de venderlas, sin dilación, sin preguntas, sin condiciones, véndanlas. No impidan una eucaristía, no nieguen la entrada, no hagan de pared a las puertas del reino. Recuperen la felicidad del ser humano, que es el legado con el que Cristo les dejó: mujer aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre.

jueves, 17 de agosto de 2017

MATEO18, 21. ADMINISTRADORES

 Mateo 18, 21– 19,1: El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros m¡ Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»


La esperanza es el fundamento de muchas cosas principalmente el pilar ante las situaciones de dolor, por ejemplo. Uno tiene esperanza de que todo vaya a mejor, esperanza a recuperar, esperanza por llegar, esperanza incluso como suerte, buena ventura o como deseo (sea o no egoísta). En si la esperanza, aun siendo lícita, no es nada. Es una voluntad a mejor, sí, pero no es ninguna certeza. Por tanto, y respondiendo a la primera pregunta, diría que la esperanza no espera. Solo espera nuestra ilusión, aunque ya veremos si acaba, o no, siendo.

Claro, nos hablan de la esperanza en la Resurrección, por ejemplo, pero es una esperanza que njo alcanzaremos nunca a ver (por lo menos como lo vemos ahora). Ayuda, ciertamente, porque también necesitamos un horizonte al que poder acudir. Qué haríamos ante el problema del mal sin esperanza? O cómo explicamos a millones de personas que esperan reencontrarse, de algún modo, con sus seres queridos, ya fallecidos, después de la muerte? Crearíamos una corriente de desilusión, un nihilismo quizás, que sumiría al ser humano en una depresión.
La esperanza no puede esperar porque no tiene entidad como ser. Sólo el ser humano puede esperar porque su vida sucede en un continuo devenir.

Por tanto, la esperanza ni acepta, ni deja de hacerlo. La confianza sí, porque es la puerta abierta a la aceptación. Aunque la confianza, diría Levinass, nos abre al otro y nos muestra su rostro. Entonces, confiar es tan natural como aceptar. Es lo que sucede en la naturaleza, en continua aceptación. Es lo que no ocurre, muchas veces, con el ser humano, que cuestionándola no la deja actuar. Pero confiar no es esperar, ni esperanza. Confiar es lanzarse a la aventura del prójimo, aun saliendo mal parados.

Así, esperanza a aceptación se distancian. Sólo se acercan en la fe, aunque dentro del ámbito religioso. Y fe entendida como confianza ciega, como espera de lo que nos han dicho que viene. Y puede resultar muy ingenuo, creo, tener esperanza en estas cosas tan fuera de nuestro alcance, que ya no vienen por intuición sino por institución. Eso, que se impone, no debiera ser esperanza. Lo natural, diría, es aceptar. Esperar, por contra, corresponde a la contingencia de un ser humano finito y frágil, cuya conciencia lo conduce a la esperanza como vía salvífica.

Sobre la aceptación se abre un campo muy amplio y que afecta, o puede afectar, diversas dimensiones de la vida y del ser humano. Voy por partes, si me permitís.
No creo, personalmente, en la idea de la predestinación. Tampoco la niego, acepto que otros crean en ella. Quizás no (sobre la predestinación) con la radicalidad cristiana, como hacen los calvinistas y algunos protestantes. Ahí no encuentro ningún punto en común con mi pensamiento. El ser humano trasciende como si de un anhelo interioririsimo se tratara. Pero ciertamente no somos trascendentes, como cita su significado. Somos, eso si, contingentes, espirituales, racionales y, de ser algo, compartimos con esta divinidad (Dios...) su inmanencia, que es de lo que podemos participar, o lo que Dios comunica. Por tanto, si participamos de algún plan, no es en absoluto otro plan que la vida misma, cada uno desde el periplo vital de su aventura de ser. Luego? Lo más probable es que compartamos, como polvo (energía atómica), de nuevo esa inmanencia que se expande, se transforma y se mueve constantemente. Otra intimidad? Otra conciencia? No está en nosotros responder.

Así las cosas, nacemos muriendo o en progreso de muerte. Y como nacemos en esta paradoja convivimos con alegrías y dolores, aprendiendo de los dos como algo inherente a la vida misma. Aceptamos el dolor desde ópticas muy diversas. En la que nos ocupa, como aceptación, porque es la vía para añadir conocimiento a lo que se nos escapa o no comprendemos. El dolor deja de hacerme daño cuando soy capaz de digerirlo, o de aceptarlo. Es por designio de mi voluntad, demo libertad y de mi felicidad que debo incorporar el dolor si no quiero despeñarle, afligirme o caer en depresión. Es una opción voluntariosa para seguir adelante. La aceptación se convierte en los zapatos que uso para caminar, porque siempre hay que mirar hacia adelante.

Nosotros aspiramos a la felicidad, y contamos con la aceptación. Aspiramos a trascender, y creemos en Dios. Aspiramos a no perecer, y sacamos la fe. Al final, pero, solo quedan las preguntas.

Una única respuesta: la que te ayude.
 Acaso hay algo más?

miércoles, 16 de agosto de 2017

MATEO 18, 15. SI TU HERMANO...

 MATEO 18, 15 – 20Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.


La mediación siempre ha sido un elemento crucial a la hora de solucionar conflictos. A veces han sido domésticos, otras internacionales, pero la presencia de esta persona capaz de gestionar la dificultad permite redirigir multitud de situaciones de guerra, violencia, drama, enfado… En este texto, además, el evangelista nos propone la figura de la comunidad, también, como instrumento para la mediación. El perdón no es exclusivo de un ministro sino que perdonar podemos hacerlo todos y aunque venga, o no, en nombre de Dios, tiene una parecida capacidad para dar descanso.

Nosotros tenemos muy arraigada la parábola del hijo pródigo cuando queremos ejemplificar esta separación que provoca la discordia y la capacidad de perdón del padre. ¿Siempre hay perdón? Bueno, es una parábola. Lo cierto es que muchas veces los cristianos obviamos esa responsabilidad hacia la reconciliación, entonces discutimos y dejamos de hablarnos, o nos hacemos daño y no somos capaces de pasar página. Es un mal que nos asola a todos, seamos creyentes o agnósticos, y que nos provoca dolor y sufrimiento, mal estar, incomodidad, cerrazón… cuando no existe capacidad de perdón vivimos sujetos a un nuevo opresor, cruel y salvaje, que nos conduce por los desfiladeros del resentimiento, por un sendero vacío, frío, desolado.

No existe la lógica del perdón, el ser humano siempre queda expuesto de un modo distinto a cada situación. Uno puede pasarse cuatro días en oración, escucharse un audio de los monjes tibetanos, concentrarse en la meditación más profunda, o ahogar la casa con olor a incienso, que ante la ofensa volvemos a estar desprevenidos, como aquel muchacho al que cada mañana le roban el bocadillo en la escuela y sólo puede llorar.

Claro, perdonen… siempre perdonen. No es fácil poner la otra mejilla, tampoco lo es caminar con nuestro ofensor, ni compartir con quien nos quita. Quizás tendremos que terminar medicándonos para frenar todo enojo… Bien, el ideal cristiano (como el de muchas religiones) es la paz, el perdón y la felicidad (la vida en Cristo). Aunque a la luz de la realidad tendríamos que afirmar que este ideal cristiano convive con su lado oscuro, y si bien antagónico resulta que en cierto modo nos propone una amistad. No puedo decir que alguien no sea de Cristo porque se enfade con aquel, porque no perdone a aquella, porque tenga resentimiento o porque fastidie a los demás… la realidad me invita a reconsiderar ese ideal.


Y no es nada malo, porque en esta vida tendremos que dejar que caigan muchos ideales y de cómo aceptemos esa otra reconciliación entre vida y sueño dependeremos nosotros mismos. No reprueben a nadie, no lo aparten, no lo traten como a un incrédulo y más bien mirémonos a nosotros mismos, quizás también equivocados.

martes, 15 de agosto de 2017

LUCAS 1, 39. VISITAR Y ACOGE

 Lucas 1, 39-45: En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!


De las muchas lectures que podemos darle al evangelio de hoy quiero quedarme con aquella que habla de ir a visitar al otro, por la parte que le toca a María, o la de salir al encuentro del otro, por la parte de Isabel. Dos polos que nos hablan de una relación de amistad –amor que lleva a un ser humano a peregrinar hacia otro y, en el otro polo, a un ser humano que acoge al que viene. Y es cierto, es una doble relación qeu no siempre es fàcil y que también escasea en el mundo actual. Los inmigrantes ilegales, por ejemplo, o los col·lectives desfavorecidos, también, podrían bien figurar en este grueso de persones que aunque peregrinan hacia el otro, no son acogidos (ni por asomo). ¿Cómo pues van a ser bienaventurados, o felices?¿Cómo van a ser benditos?

Tratar de llevar a estas situaciones el Evangelio debería ser la principal preocupación de los cristianos y de sus instituciones. Mientras no hagamos más presión, mientras no ofrezcamos alternativas o soluciones… podemos ser como el personaje de María, pero no podremos ser (para nada) Isabel. Y sin acogida, ¿Cómo ser esta barca que decimos ayuda a la humanidad? ¿Dónde queda el salto de gozo?

Ciertamente, mientras la situación no cambia, ademas ocurre que nos perdemos otra parte del pasaje. Si con esa actitud ya cerramos la puerta de la acogida, cita el texto, también cerramos la puerta a la llenura del Espíritu. Bien, aunque es cierto que somos una comunidad muy individualista últimamente y en la que parece agradarnos ya esto de celebrar en familia. Quizás nos conformamos también no con la llenura sino con las minucias del Espíritu, ante el que cerramos puertas y ventanas, aduanas, fronteras y todo lo que hay a nuestra disposición.

¿Dónde cabe la acción del Espíritu cuando el ser humano no le permite actuar? ¿Qué hablamos de acoger cuando no hay actitud ni voluntad de acogida? ¿Somos templo de Dios o de elites? ¿Y la Iglesia, es acaso Madre?¿o más bien Estructura?

sábado, 12 de agosto de 2017

MATEO 14, 22. MISERICORDIA

 MATEO 14, 23 – 32Después de despedir a la gente, subió a la montaña para orar a solas. Al anochecer, estaba allí él solo, y la barca ya estaba bastante lejos de la tierra, zarandeada por las olas, porque el viento le era contrario. En la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Cuando los discípulos lo vieron caminando sobre el agua, quedaron aterrados. —¡Es un fantasma! —gritaron de miedo. Pero Jesús les dijo en seguida: —¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo. —Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua. —Ven —dijo Jesús. Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: —¡Señor, sálvame! En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: —¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Cuando subieron a la barca, se calmó el viento.


Parece que hay veces en las que todos deseamos caminar sobre las aguas, como expresión de muchas cosas, pero nos olvidamos de algo que es imprescindible para entendernos a nosotros mismos y es que el ser humano es contingente. Nos parece precioso hablar de caminar por encima del mal, por encima de los problemas, por encima de las dificultades… pero están ahí, asolándonos a veces o, si más no, quitándonos tranquilidad. Habrá momentos en que la vida parece discurrir por encima de todo, aunque sabemos que vendrán otros en los que, como Pedro, empezaremos a hundirnos.

La promesa viene de Dios, que Cristo nos levantará. Confiamos plenamente en esta afirmación, porque aún en las peores circunstancias podemos atestiguar que algo extraordinario, que no parece venir de nosotros, que sale de la nada, o sin saber cómo, actúa en nuestra vida y al que podemos volver a tomar la mano para que nos ayude a salir del momento malo. No, no es ninguna fábula, no es ninguna historia, y aunque algunos puedan achacarlo a una circunstancia o a una persona, esa mano que nos ayuda clama a la parte trascendente de todo ser humano, y nos acerca a la divinidad, y al auxilio divino. En parte, gracias a ello también hablamos de misericordia.

No obstante sería absurdo que cada vez que parece que nos hundamos tenga que venir esa mano amiga a salvarnos. Sabemos que en muchas ocasiones deberemos afrontar el problema, atacarlo, abordarlo, o solucionarlo. También sabemos que en ese proceso de superación por el que salimos, de nuevo, a flote no se promueve plenamente en la persona sino que, en parte, se fragua en el área del Espíritu. Sea de un modo o de otro, todas esas circunstancias especiales nos permitían hablar de misericordia, y ahora también de esperanza.


Supongo que en eso consisten las promesas, que de un modo u otro recibimos auxilio. Sí, los hay que son inexplicables, porque para nosotros es una incógnita cómo en África, por ejemplo, esta mano divina se ofrece ante la hambruna, el sida, los abusos sexuales, las mutilaciones… Aunque también puede ser que nosotros, occidentales, y como los discípulos, sólo apreciemos ver al fantasma, sin reconocer al Cristo. Tendremos que acudir a Hillesum, a Bonhoeffer, a Weil, por ejemplo para recordar que Dios también necesita de nosotros dos cosas: 1) que lo perdonemos, y 2) que lo ayudemos.

sábado, 5 de agosto de 2017

MATEO 17. GENERACION PERVERSA

 MATEO 17, 14 – 20Cuando llegaron a la multitud, un hombre se acercó a Jesús y se arrodilló delante de él. —Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques y sufre terriblemente. Muchas veces cae en el fuego o en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo. —¡Ah, generación incrédula y perversa! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme acá al muchacho. Jesús reprendió al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquel momento. Después los discípulos se acercaron a Jesús y, en privado, le preguntaron: —¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? —Porque ustedes tienen tan poca fe —les respondió—. Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladará. Para ustedes nada será imposible.


En el contexto del Tabor, cuando Jesús baja de la montaña de la transfiguración se encuentra con esta escena por la que reprende a los suyos, que estaban discutiendo con los maestros de la Ley por este hijo endemoniado. No obstante, el maestro también les dirá que expulsar estos espíritus es complicado y que sólo salen con ayuno y oración. Como podemos ver, y a pesar de que en sí necesitaban la ayuda de Jesús, la reprimenda adopta un sentido social: dejen de discutir, como hacen los maestros, y den socorro al muchacho (o algo así).

Esto sucede de un modo muy claro cuando alguien deja en herencia a otro, o a otros, un proyecto, una misión, un ministerio… Pasa también cuando alguien deja un cargo y el que lo ocupa toma otro rumbo. Es lo que tenemos más a mano, vemos en nuestro día a día como todo el trabajo social, la dedicación de los voluntarios y el crecimiento de un proyecto pierden el sentido porque desde la dirección, o desde rectoría, o desde la oficina… nacen las discordias y la atención ya no se centra en el servicio sino en hablar, y hablar, y hablar.

Muchas veces este comportamiento termina con la obra, con las ayudas, con la paciencia de los voluntarios. También termina con el beneficiario último de la actuación, como este chico queda desamparado mientras aquellos se enzarzan unos con otros. Claro, todo esto trae un recuerdo institucional y a quién no se le ha dilatado un proceso que parecía o que necesitaba para ya. Cuando para solicitar alguna ayuda, por ejemplo, el tiempo se eterniza ¡válgame Dios! Ocurre con Hacienda, ocurre en la sanidad, ocurre en lo que para nosotros son primeras necesidades y en lo más elemental de la vida. Y a mí, personalmente, me fastidia muchísimo que me la hagan perder. Porque una cosa es perder el tiempo, que siempre molesta, pero otra muy distinta es perder la salud, la cartera, los nervios, a un hijo…

Lamentablemente son muchos los casos que nos encontramos en sanidad de personas que han fallecido antes de recibir su tratamiento. Personas que agonizan y que sufren dolores porque su visita final está programada para de aquí a tres años. Pruebas que se pierden en el tiempo, otras que hay que repetir porque las antiguas caducaron… Está claro que los discípulos de Jesús, hoy, mucho tienen que ver con la Sanidad.


Podríamos pensar en muchas otras realidades en las que ocurre lo mismo, pero quizás nos corresponde a nosotros hacer también como Jesús y reprender a las instituciones, que se han convertido en esa generación perversa e incrédula, para decirles: traigan aquí al muchacho.

viernes, 4 de agosto de 2017

MATEO 14. DECAPITADOS

 Mateo 14, 1 – 12: En aquel tiempo se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.» Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta. Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». Entristecióse el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.


Un rey, una chica joven, un baile sensual y un deseo sexual son los elementos que se nos presentan en la escena para explicarnos las preferencias de Herodes ante la posibilidad de salvar la vida del Bautista. Son elementos normales de la vida que, aplicados a nosotros, también nos hacen decidir en un momento determinado hacia un lugar u otro. ¿Alguien cree que puede escapar a ellos? No, desde luego. Y no lo digo como argumentando nada de la debilidad humana, tampoco como haciendo espacio a la ley del pecado… Lo digo porque a pesar del escándalo son cosas normales de la vida. Herodes eligió su deseo sexual, otros han y hemos elegido otras cosas en la vida en lugar de otras y, sí, también en alguna ocasión le ha costado la cabeza a alguien.

Decapitar al otro está en nuestro día a día. Lo está en la sociedad que nos enseña que para conseguir el éxito tanto da a quien pises, a quien apartes, a quien empujes. Lo está también en la educación, que va separando entre aptos y no aptos, quienes sirven de quienes no. Igualmente en la economía, que separa Norte y Sur, ricos de pobres. Por descontado en la política, en las religiones o, incluso, en los equipos de salvamento y las políticas de integración social. En todos los ámbitos de la vida hay decapitados.

Como al Tetrarca, nos produce tristeza, desde luego, cada vez que esa acción nuestra toca algo que amamos, que nos es cercano, que conocemos. Pero bueno, es una tristeza que después de un tiempo ya deja de ser vigente. Es la tristeza que nos provoca, por ejemplo, lo que vemos en los noticiarios, leemos en los periódicos… como la de un compañero de faena al que han echado; una amiga que no ha superado unas oposiciones; una relación que se ha acabado…

Podría decir, pobre Herodes, vencido por el deseo. Aunque eso, como vemos, también podemos aplicárnoslo a nosotros.

jueves, 3 de agosto de 2017

MATEO 13, 54. PROFETAS EN SU TIERRA

 Mateo 13, 54 – 58: Viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio.» Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.



A ojos de la lectura de hoy, del Evangelio de Mateo, habrá que comenzar a reivindicar, también, la figura del profeta de cada lugar. Pues es evidente que ante la falta de vocaciones, por ejemplo, es necesario, más que nunca, dejar de exportar o importar vocaciones para centrarse en una pastoral para recuperar a la gente “de casa”. Está bien que se busquen soluciones, y si hoy pasa por traer a personas de diferentes lugares del mundo así sea, pero no puede ser nunca la solución definitiva. La gente de cada región, de cada pueblo, ciudad, país… necesita de los suyos, que son aquellos que han mamado de la cultura, problemas, situaciones, carácter y demás del lugar en el que viven. Habrá, pues, que devolverle prestigio a la institución local, desde la ordenación local.

Claro, para recuperar el prestigio del profeta en su tierra habrá que mantener una nueva lógica de formación. De nada valen sólo los conservadurismos o la vía única de espiritualidad porque así lo marcan las “ratio” o los documentos de formación. Hay que abrir el mundo cristiano a candidatos de toda índole, de toda edad, de toda orientación porque de otro modo no caminamos sino a un abandono progresivo del ámbito parroquial, que ya no será capaz de ofrecer diversidad, alternativas… El prestigio se recupera escuchando los signos de los tiempos, que claman desde hace tiempo una revolución.

Aquí, si no se hacen milagros no es, ni por casualidad, por la falta de fe o por la ausencia de ella. Fe hay y mucha. Lo que no hay, por ejemplo, son alternativas al único plan pastoral, o al vocacional, o al litúrgico… Es más, si quieren mantener las cosas como hasta ahora me parece perfecto, pero abran, por favor, a otras realidades los límites del ámbito cristiano.

Es una pena, una verdadera lástima, que no se puedan hacer muchos milagros. No por falta de fe sino por falta de valentía.

martes, 1 de agosto de 2017

MATEO 13, 42. DIFERENTES

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 MATEO  13, 47 – 52: También se parece el reino de los cielos a una red echada al lago, que recoge peces de toda clase. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan y recogen en canastas los peces buenos, y desechan los malos. Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles y apartarán de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes. —¿Han entendido todo esto? —les preguntó Jesús. —Sí —yrespondieron ellos. Entonces concluyó Jesús: —Todo maestro de la ley que ha sido instruido acerca del reino de los cielos es como el dueño de una casa, que de lo que tiene guardado saca tesoros nuevos y viejos.


Como en el pasaje, la comunidad cristiana vive en un mar con distintos peces. Distintos carismas, distintas ideologías, distintos caracteres, distintas esperanzas… Entre algunas de ellas, de las comunidades, también se desechan las otras (que son como peces malos). Se desechan sus ideas, sus formas de hacer, sus pensamientos… como si tuvieran que contaminarnos, apartarnos del camino o hacernos algún tipo de daño y, así, lejos de enriquecernos nos vamos empobreciendo a la par que distanciándonos. Ya no hace falta esperar al fin del mundo porque entre nosotros ya hay llanto y, también muchas veces, rechinar de dientes.

Ciertamente no es un fenómeno nuevo. Esto ya ocurrió entre las comunidades del bautista y las de Jesús, por ejemplo, o entre los judaizantes y los helenistas y se ha extendido a lo largo de la historia entre episodios de ruptura, cismas y desencuentros. Llamados a repetir la historia, también ocurre en el siglo que vivimos.

¿Es inevitable? Por lo menos es constatable que sí. ¿Cambiará algún día? La historia corre en nuestra contra. ¿Entonces, cómo vivir el amor fraternal si sólo hay llanto y crujir de dientes? Siendo pequeños, como lo somos. Como viviendo en un cristianismo roto en el que ni en la celebración conseguimos mas que una imagen de unidad, un espejismo. ¿Hay salida? Desde luego, pero como todo en la vida pasa por el diálogo, la comprensión y la aceptación de la parcela del compañero o de la compañera en su libertad aunque colisione con la mía, que es diferente.