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jueves, 5 de abril de 2018

JUAN 21, 11. APACIENTA MIS CORDEROS

 JUAN 21, 15 – 19Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta mis corderos —le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. —Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—. De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir. Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió: —¡Sígueme!


¿Me amas? Ocurre, y a veces a menudo, que esta pregunta no se hace para que uno pueda reflexionar y entregarse como Pedro. Es la pregunta de los enamorados, de quienes necesitan por primera vez expresar su amor y se lanzan, inocentemente, esta pregunta que tiene algo de especial. También es la pregunta que reafirma una relación estable cuando uno de la pareja pregunta si aún no ha terminado ese amor inicial. Pero, y como todo en la vida puede degenerar también es muestra de nuestras inseguridades, y se convierte en una pregunta mal intencionada en una relación caprichosa, mal entendida y que acaba mostrando una imagen absurda de una persona perdiendo los papeles. Sea como fuere, la trascendencia de esta pregunta es tal, que Cristo resucitado todavía nos reporta que en lo divino, también se hace esta pregunta.

Por tanto, tendremos que tomarnos más en serio esto del amor y del amar, porque al final de todo, lo que llegamos a escuchar del más allá es esta misma pregunta que hoy nos descubre el evangelista: ¿Me amas? Y bajo el paradigma del amor vive tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros y su creación, como nuestra misma dignidad cuando somos capaces de prolongar el brazo de este amor de Dios.

Podría entender que alguien dijera: tanto amor! Tanto amor! Y que. Claro, ante la cantidad de conflicto que vive la Tierra, el sinfín de razas contra razas, de etnias contra etnias, de hombre versus naturaleza, de hombre contra mujer, de hijos contra padres… la verdad es que tenemos este planeta hecho un patatal. No conozco otra llave que haga posible el reencuentro, la paz, que la vía del amor, porque si logramos acercarnos, si podemos perdonarnos, si nos cae alguna lágrima, será porque nuestro corazón dio un vuelco hacia el querer, queriendo, pues ya basta de quisiste. Es la prórroga para el ser humano al final de cualquier combate, de todo conflicto o de toda carrera que si no nos fundimos en un abrazo, o en un beso, no habría sentido, no lo hay, no lo hay…

Guerras, conquistas, cruzadas, holocaustos… y después qué nos queda, o qué puede regenerar, curar, aliviar: ¿me amas? Si en lugar de una escopeta, una pistola, un tanque, un montón de sanciones, un bloqueo o toda la diplomacia del mundo preguntásemos: ¿Me amas? Y no una vez, sino tres, para que ese amor sea definitivo, y sí: yo quiero amarte.

Detrás de todo, en esa trastienda que nos hace a todos tan iguales, tan frágiles, tan pequeños, tan humanos cuando escuchamos la voz del Señor sólo sobresale una pregunta, ¿me amas?   

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